Le preguntaron cómo veía su jubilación cuando le quedaban tres tajos. Pues veréis, lo primero que haré será pasar el despiertapobres a otro, porque arrojarlo desde lo más alto del Paga, que es lo que me pide el alma, suena poco ecológico. Luego voy a ver si me adopta un perro que considere razonable no tener necesidades hasta, digamos, las nueve; es la ilusión de mi vida, qué le vamos a hacer (lo del perro, digo). Después voy a darme de baja en mil sitios. Y a buscar silencio. Tengo una biblioteca golosona y otras muchas que me esperan, una birra y un pitillo. Y si dejan de matarse allí en Ucrania, puede que concilie el sueño. Me gustaría volver a cerrar un bar, a cantar un bingo y a darle unos euros a la gitana para que me diga lo que ya sé. Odio la velocidad de hoy. Me veo capaz de morirme viendo crecer una flor. Con el móvil me quedo, pero voy a desinstalarlo todo. Solo dejare el teléfono, porque ¿a quién no le gusta recibir de vez en cuando un llamada?
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