En una de las mejores novelas de todos los tiempos, Tolstoi narra la invasión de Rusia por el ejército de Napoleón. Nada de lo que cuenta le resulta ajeno a su autor, pues, además de haber participado anteriormente en el asedio a Crimea y en el cerco de Sebastopol, se documentó escrupulosamente sobre ese período de la historia rusa, hasta conseguir que la ficción literaria no se impusiera a la opinión de soldados y civiles acerca del valor real de la vida. Hoy, en cambio, el mundo se queda atónito ante tanta crueldad y locura de las tropas rusas contra Ucrania por infligir tratos genocidas a cuerpos de paisanos muertos, como ha sucedido en Bucha. Uno de los personajes de la obra tolstiana es el príncipe Andrei, con quien Zelenski comparte aspectos comunes: ambos son guapos, de pelo oscuro, sublimes en sus razonamientos y resoluciones, hasta el punto de calificar su servicio al pueblo de supremo honor. Aun así, el plano más representativo de la imagen de Zelenski, vestido con niqui ligero de color caqui-pardo que lo transfigura en soldado raso, se centra en las conjuras contra el asedio agresor, enunciadas con voz firme, exenta de vana ostentación, en las que antepone la defensa de sus compatriotas por encima de la suya propia. En cuanto a Putin, mejor dejarse guiar por los rasgos morfológicos de su figura, aunque no sean infalibles para interpretarlos como auténticos, pero un rostro tan severo y unos ojos contraídos dentro de las órbitas instan a pensar que su carácter impasible le ha llevado a realizar, de forma directa, una guerra cuyo motivo es lograr prestigio, lucir músculo bélico y ampliar territorio por intereses creados.