Si alguien que pasó a mejor vida. pongamos que solamente hace cincuenta años, no digamos si es otro tiempo mayor, y ahora levantase la cabeza, se sorprendería de muchas cosas. Pero acaso lo que más llamaría su atención sería la presencia de tantas mujeres, que además de desempeñar sus oficios de toda la vida (incluyendo el que dicen ser el más antiguo del mundo), escriben novelas de éxito compitiendo con los hombres, así como las futbolistas, las cineastas, las alcaldesas y las políticas, las ingenieras, las notarias, las jueces (que no las juezas), las empresarias, las astronautas, las ministras, hasta las pilotos de caza (que no pilotas)... Las mujeres se han metido en (casi) todos los fregados, aunque todavía hay un largo camino por recorrer (ahí está la Iglesia Católica, que se resiste pero terminará copiando a la anglicana y a las luteranas). Pero a veces se confunden las cosas, como que en nuestro folclore las mujeres bailen la ezpatadantza, baile guerrero, aunque sí por ejemplo la sagardantza, suave y pausado, por respeto a la coreografía tradicional vasca. Con el feminismo y los nuevos papeles de la mujer la humanidad se beneficia de un bien que escasea en el mundo, como es la creatividad y el talento, que se da en ambos sexos aunque a ellas ancestralmente no se les haya permitido ejercerlo. La cosa ya empezó en el siglo pasado cuando entraron a saco en el vestuario del hombre, (cosa que éste no puede hacer con el de la mujer). Veamos la historia: la mujer decidió suprimir fajas, corpiños, refajos, miriñaques, ligas y otras prendas de tortura, y adoptó lo que vio en el hombre: los pantalones, prenda práctica y abrigada en invierno, sin importarle que durante siglos una mujer con ellos habría supuesto un escándalo capaz de alterar el orden público. Eso sí, con un toque propio que ellas saben darle, resultando igualmente femeninas y atractivas. Pero la libertad de la mujer en materia de indumentaria ha sido mal aplicada cuando la embutimos en un uniforme de alabardero o de guardia civil de los tiempos del duque de Ahumada, como se puede ver en algunas ceremonias oficiales, o de soldado romano en la procesiones. El resultado es un travestí, algo así como vestir a un hombre con traje de bailarina de ballet. La Guardia Civil debería ponerse en contacto con algún modisto solvente para que diseñe a las guardiesas una prenda de cabeza más adecuada, porque el tricornio, de estética dura y supermasculina, les sienta como un tiro.