El problema de Enrique Maya es que vive siempre a la contra, y vivir a la contra no te deja vivir.

Hay cuatro grandes capítulos que no le permiten descansar; lo vasco, el euskera, la ikurriña y los grupos sociales autoorganizados. Un mismo vértice domina los tres primeros, "que vienen los vascos". Y el cuarto, contra la lógica del "si algo funciona, no lo toques", el Mayazo "si algo funciona sin que yo lo haya organizado/financiado, destrúyelo".

Así que anda siempre buscando argumentos que justifiquen sus actuaciones. "Cada cual puede llevar la bandera que quiera en el bolsillo ", pero te cuelga 96 metros cuadrados de bandera de Navarra en un mástil de 30 m. de altura, con presencia de banda de música, cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado (como les gusta decir), y hasta la Iglesia, que un hisopo nunca está de más. A él le habría gustado llegar bajo palio a la ceremonia, con su frac y su chistera, en procesión de las de antes, con los uniformes rodeando el cortejo y la banda detrás tocando el txun (perdón, chun) prorrorrón y todos marcando el paso marcial, mirando al cielo o al suelo, como ensimismados. Pero un asesor de los de ahora se lo desaconsejó y Enrique no pudo evitar un puchero infantil y fugaz. El mismo asesor que, sin embargo, le aplaudió cuando le confió su gran idea de comparar el coste de la instalación con el de la Korrika o el cuadro de Asiron para contrarrestar las críticas previsibles de oposición y medios. Siempre a la contra con lo mismo, lo vasco y los abertzales, "que se las dan de honestos y buenos administradores de los dineros públicos". Uno de los suyos que pasaba por allá le indicó que no era del todo correcto el argumento pero él " tranquilo, estamos a dos días del txupinazo (perdón, chupinazo) y los cubatas de las barras de la plaza del Castillo van a hacer que se olvide todo". Y en eso, lamentablemente, lleva razón.

El eslogan de Maya para estos Sanfermines: "ponga una bandera de 100 m2 en su bolsillo pero, oiga, acuérdese de quitarle el mástil de 30 m. o andará mal".