Aquí están de nuevo para acompañar a nuestros hijos/as en sus vacaciones. Tienen 18, 20, 23, 37, 45 ó 60 años. Tienen distinto color de piel, distintas creencias, diferentes gustos y aficiones. Unas estudian, otras trabajan, otros y otras gozan ya de jubilación y nietos. Hablan alto y bajito, según convenga. Ríen, cantan y bailan. Abrazan. Conocen varias lenguas: español, árabe, euskera, lengua de signos, lenguaje no verbal Se han hecho amigos. Con una amistad profunda y amplia. Auténtica. Conocen el amor, el desamor, la muerte de cerca, el dolor propio y ajeno, el duelo. Conocen el verdadero valor de su sonrisa, de su preparación, de su tiempo. Saben que a sus sonrisas les responden otras; a su esfuerzo, la alegría de los otros. Saben que los otros, los que son diferentes, las personas con discapacidad intelectual son fuente inagotable de verdadero cariño, de amor sin precio, de felicidad auténtica, de conocimiento del valor del ser humano. Sienten que entregando su tiempo, su amor a los demás son más felices y que al incluir en el ocio y las vacaciones a las personas con discapacidad están haciendo un mundo más justo, más solidario, más humano y mejor. Saben que sin ellas y ellos el ocio y las vacaciones de nuestros hijos e hijas no serían posibles. Tienen un corazón enorme. Son el mejor latido de nuestra sociedad, a veces tan individualista, desacompasada, egoísta y triste. Ellas y ellos son la esperanza de nuestros hijos. Nuestra esperanza. Nuestra fuerte esperanza en un mundo mejor en el que vivan la ética de la justicia y el amor. Un año más, a todas, a todos, mila esker. Muchísimas gracias.