El señor Maya pasará a los anales municipales por su récord de árboles talados, incluidos los dos más antiguos (los más cercanos a Navas de Tolosa) del Bosquecillo, en una obra que ha resultado ser noventera: cemento y más cemento. Por no hacer un guiño a la sostenibilidad del siglo XXI, no ha puesto ni una míserrima zona de drenaje sostenible en lo que pretendía un logro urbanístico y ha resultado una obra mediocre que ha costado más de un año para lo que hubiera bastado un mes. 

El cementazo que caracterizó el urbanismo de hace tres décadas y al que tan aficionada era la exalcaldesa Yolanda Barcina (Buztintxuri, Carlos III, Mendebaldea, Artica, la Plaza del Castillo y el largo etcétera que hubimos de padecer en aras de la aridez y en detrimento de la salud pública que se beneficia de la vegetación), esa concepción ultra del cemento sin árboles, decíamos, ha vuelto por obra y gracia de un equipo municipal que apuesta por pavimentos que abrasan en verano y que, en invierno, son pistas de hielo o superficies tan impermeables que, cuando se producen precipitaciones fuertes, colapsan los desagües cercanos.

El urbanismo del siglo XXI, integrador de naturaleza y ciudades, respetuoso con los árboles, con aspiraciones de combatir los efectos del cambio climático, aboga por zonas de drenaje sostenible en las que el agua se infiltre allí donde cae. También por jardines sin telas asfálticas y/o plásticas (más plástico por todas partes, la gran plaga del siglo XX, a la que la ONU declaró la guerra hace menos de seis meses en una cumbre mundial de la que poco parece haberse enterado el Sr. Maya y su equipo de gobierno, anclados en las prácticas más insostenibles del siglo XX y ya superadas en todas las ciudades europeas). Además de por zonas arboladas, superficies verdes, parques y jardines. Todo lo contrario a lo que Maya ha hecho: si contamos solo en la Taconera el número de árboles talados en cuatro años, vamos por casi cuatro decenas. Paseo a diario por allí y ha sido devastador porque no había razón para cortarlos. No estaban enfermos, no estaban partidos, no estaban más que dando sombra, cobijando vida, oxigenando espacios y fomentando la salud pública municipal, que empieza por los espacios verdes, esos grandes sumideros de dióxido de carbono de las ciudades, esos pulmones verdes en los que refugiarse. Maya ha hecho de Pamplona una isla de calor, expresión utilizada para referirse a ciudades que se abrasan en verano por estar cementadas por doquier.

Los políticos anclados en concepciones decimonónicas de la política y las ciudades creen que los árboles son algo agreste, rural, con una visión urbanística propia del siglo XIX (ni tan siquiera del XX), en la que el pavimento y el cemento significaban progreso, al igual que las acometidas de agua o la luz eléctrica. Allí quedaron anclados en sus políticas públicas: entre 1850 y 1890. Hoy, en plena lucha contra el cambio climático, la calidad de vida, el desarrollo, el progreso y el sentido común pasan por mantener los árboles. No por jugar a la jardinería urbana de mercachifle colocando arbolitos raquíticos que tardarán cincuenta años en dar oxígeno.

Nefasta gestión de los jardines pamplonicas en los últimos años, plastificados hasta el infinito con la excusa de que así se conserva la humedad. La humedad se conserva manteniendo la vegetación, no talando árboles y luego poniendo plásticos en los parterres. El equipo municipal, y en esto son legión los políticos de todos colores, para desgracia de muchas ciudadanías, parece querer preferir la imitación adulterada de la naturaleza a la naturaleza misma. Buscan parques temáticos que imiten a los árboles, la hierba, los pájaros, la humedad y el oxígeno, habiendo arrasado el original. Las buenas políticas públicas urbanísticas, al igual que la eficiente gestión, pasan por mantener la riqueza arbórea que ya teníamos; no por quitarla para plantar remedos en su lugar jugando a ser dioses de la creación. Eso es lo inteligente, lo sensato y lo útil. Triste legado el de Maya: árboles talados gratuitamente por el capricho y la necedad de gestores que no entienden que el cambio climático, la salud pública, la naturaleza o la habitabilidad son cuestión de supervivencia, no de ser de izquierdas. El cemento fue enseña, triste enseña, de la derecha en las últimas décadas del siglo XX. Los más trasnochados se empecinan en sus ofuscaciones. Las consecuencias las sufrimos todos.