El pasado 14 de febrero, Ignacio Rodríguez Ruiz de Alda nos regalaba su carta al director titulada 11 de febrero: aniversario de la Primera República, en la que, además de recordarnos la frustrada efeméride, mencionaba a los cuatro presidentes que se sucedieron en el breve recorrido de aquel intento de modernizar la política española y el intento de hacerle marchar por la senda de la libertad. Todo finalizó, según costumbre en el país, con el golpe de estado del general Pavía, el ejército una vez más de salvapatrias de los poderosos, el pronunciamiento de Martínez Campos, proclamado marqués del Baztan tras su razzia carlista en Navarra por Alfonso XII al elevar a la casta borbónica al reinado de España.

Bien. Los cuatro presidentes de aquella Primera República, aprobada por las Cortes y liquidada por la sinrazón de las armas a los que aludía el señor Rodríguez Ruiz de Alda en su interesante recordatorio fueron Estanislao Figueras (particularmente célebre su “¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”), Pí i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Fueron un cuarteto fiel a sus ideas, contrarios a la monarquía (Castelar, condenado a muerte, salvó el pellejo de milagro) y amantes de la libertad y de los Derechos Humanos. 

De ellos, quisiera destacar la imagen y el ejemplo de Nicolás Salmerón, ahora que tan poco, más bien nada, se prodiga quien con sus muchas más luces que sombras en su trayectoria política y vital, decidió dimitir de su cargo de presidente antes que firmar las penas de muerte de los responsables de la llamada rebelión cantonal. Sin olvidar su actuación como impulsor del antecedente de la Institución Libre de Enseñanza y su decidido apoyo a la Primera Internacional obrera, al margen de las circunstancias y opiniones que se dieron en relación con su dimisión, queda su ejemplo excepcional de hombría de bien, coherencia con sus ideas y pensamiento democrático y su dignidad. Virtudes todas ellas que, lamentablemente, no abundan.