Una de las obras más paradigmáticas de Banksy es la de esa niña con su globo, ella en blanco y negro, el globo en rojo pasión. Un fuerte viento sopla su pelo hasta ponerlo horizontal y la parte inferior de la falda, loca de envidia, se alinea con el cabello. El globo se ha soltado de su mano y vuela hacia la izquierda del espectador al mismo tiempo que busca el cielo. Parecería que lo hubiese soltado porque el globo tiene forma de corazón, como si quisiera decir al mundo entero una metáfora de su estado de ánimo a pesar de su corta edad. Sin embargo, bajo el barandado de ficción, que no sueña otra cosa que ser parte del edificio si alguna vez consigue dejar de ser obra de arte, una frase escrita en inglés con tiza y letras mayúsculas nos cuenta la verdad: “siempre hay esperanza”, dice con ironía. Ante un globo que huye de la mano que le da de comer para encontrar la libertad, la esperanza ya no cuenta, pensé yo. Ese globo se perderá para siempre en cuanto aprenda a despegarse del muro. Y si eso ocurre, será lo más parecido a perder el prospecto de la única medicina que tenemos para un mundo enfermo. No sabemos cómo curarlo y aquí estamos, a la sombra de esta guerra retroalimentada que amenaza con quemar el sentido común, ahora que ya se han hecho cenizas aquellos amagos de conversaciones. 

Vamos a tener que ir a tientas hasta el siglo anterior a preguntar a nuestro propio pasado, como si fuese el espejo mágico de la bruja de Blancanieves, quién es el más guapo de los feos. Deberíamos volver a las conversaciones que nunca empezaron. Claro que es difícil hablar si se dispara antes de preguntar. 

¿Sabían que en un documental de RTVE afirmaron que Occidente traicionó a Gorbachov, el que fue artífice de la llave maestra que consiguió por fin abrir el muro de Berlín con un alboroto que ni las puertas de unos grandes almacenes en rebajas? No dijeron, o yo no escuché, cuál fue la traición. Por ahí se podría empezar a conversar. No soy quién para dar consejos, aunque tenga claro que se debe apoyar a Ucrania incluso con armamento pesado. También creo que si Zelenski pidiese una bomba atómica con el argumento de que en igualdad de condiciones Rusia no se atrevería a ir más allá, casi nadie estaría de acuerdo. En esa escala del cero al mil, en algún lugar debe existir el punto de apoyo de Arquímedes para equilibrar el mundo y terminar esta guerra de forma pactada. No deberíamos caer en los errores del pasado ni utilizar un lenguaje agresivo con hipótesis sin demostrar. 

Ojalá que la niña de Banksy pueda todavía atrapar de nuevo el cordel de su globo, que casi roza con los dedos, para tener otra vez la esperanza en la mano de que el mundo reencuentra su pacífica órbita.