Así se titula el libro que en estos momentos tengo en mis manos y que compré en el año 1972. La portada es llamativa pues tiene una foto de una antigua máscara antigás conectada a una lata, que por el dibujo que exhibe, parece contener aire puro de bosque.

En su tiempo me pareció exagerado y rompedor pero hoy solo con leer los primeros párrafos me quedo admirada. Dice cosas como: “El defecto fundamental del modo de vida industrial, con su prurito de expansión, es el de ser insostenible”.

De forma sencilla y con pocas palabras nos describe la situación que actualmente estamos viviendo. Y lo peor de todo es que no queremos enterarnos.

En los países ricos, vivimos como ricos gracias a que aún quedan países pobres que viven como pobres. Hacemos como que no pasa nada.

Se habla de emergencia y suena bien, aunque si realmente fuéramos conscientes, a pesar de ser ricos, nos daríamos cuenta de que apenas quedan tierras que explorar, ríos por contaminar, mares que no contienen más que plástico y un gasto de combustibles fósiles enormes. Para contrarrestar esto último con lo que nos están dando la lata de las emisiones, adoramos los coches eléctricos como si estos no usaran materias primas para su fabricación.

La situación es la que es. Es como si no tuviéramos ni un euro para gastar en nada. A partir de ahora olvidemos el dinero. No podemos gastar nada más que lo imprescindible para vivir. Toda actividad que consuma recursos naturales o energía fósil debe estar restringida a lo inevitable.

Reconozco que puede ser impopular decir a alguien rico: no puedes tener 10 casas y cinco coches aunque los puedas pagar, porque el planeta no se lo puede permitir.

Todos argumentarán los puestos de trabajo que crean y esas historias que no valen nada. Por eso, últimamente, cuando me encuentro algo innecesario, me pongo enferma.

Cada vez que veo un nuevo metro cuadrado cubierto de hormigón para lo que sea, pienso “un metro cuadrado más para la escorrentía cuando llueva, un metro cuadrado menos para infiltrar agua en el suelo, un metro menos para poner vegetación que proporcione alimentos y que haga de sumidero de carbono”.

Por todo lo anteriormente expuesto, cuando un grupo de vecinos y vecinas decimos que no a un parking en mitad del Ensanche de Pamplona, entendemos que haya gente que no sea consciente de las auténticas razones que nos hacen rebelarnos contra tal despropósito.

No voy a hacer razonamientos sobre problemas de tráfico o de aparcamiento, sobre ruido y molestias. Sobre los precios tampoco voy a argumentar.

Si alguien no comprende todo esto es probable que tenga averías en la máquina de pensar. Estas averías son muy difíciles de arreglar. Aunque mejoran con horas de estudio y reflexión.