La democracia no consiste solo en votar cada cuatro años. También hay que educar para que, en tiempos convulsos, la ciudadanía acuda a depositar su papeleta sabiendo a quién otorga su confianza con una información veraz y contrastada.

Según un reciente y demoledor macroestudio -que da respuesta a muchísimas cuestiones-, el 97% de las noticias falsas es consumida masivamente por los votantes de derechas. Con ello, queda demostrado que la carcunda usa la mentira sistemática como arma política de destrucción masiva, que el bulo metódico esparce dudas sin aportar pruebas, falsea la realidad, cuestiona las reglas del juego, crispa, bloquea, siembra odio y agita a las masas para sacar provecho.

Suele ganar, o poner en aprietos al contrincante, quien más miente, el más esperpéntico, el que más brama, el más inútil. Es la escuela de Trump, Orban, Johnson, Bolsonaro, Ayuso, Putin o López Obrador, que convierten la política en un apestoso reality show. Y en España hemos tenido un reciente ejemplo de ello, donde casi ganan los mentirosos a costa de atacar al Gobierno sin piedad con bulos.