Desde el primer minuto, El chico y la garza, la película del genio Hayao Miyazaki, nos sumerge en un torbellino de emociones, un film para sentarse y disfrutar. Nos encontramos frente a una obra maestra en la que cada detalle está cuidadosamente elaborado, nada es casual, todo parece estar sometido a las leyes de un universo mágico que no entendemos. El fuego, el agua, el viento, los animales, cada personaje, todo está rodeado de una especie de aura que solo un mago podría crear.

Un viaje que comienza con una pérdida, Mahito, un niño de 12 años pierde a su madre en un incendio durante la Guerra del Golfo. Después se muda con su padre al campo, donde este se casa de nuevo con la hermana de su difunta esposa. Una situación complicada donde el joven se enfrenta a un duelo materno al mismo tiempo que aparece en su vida otra madre. A partir de aquí la película cambia radicalmente, como si Mahito estuviera cayendo por la madriguera del conejo, entra en un mundo desconocido y mágico lleno de personajes extravagantes y divertidos. La película adquiere una naturaleza mucho más abstracta y casi experimental, lo que representa una inteligente manera de explorar el proceso de atravesar una pérdida. No hay reglas claras para enfrentar la pérdida de un ser querido, y el desconcierto es parte de ese duelo, por lo tanto, no sabemos en ningún momento hacia dónde se dirige la película ni cómo terminará.

En un mundo en el que todo parece ir demasiado rápido, Studio Ghibli nos insta a detenernos y contemplar con calma, sin prisas, y nos muestra que nuestra imaginación puede llevarnos a mundos que van mucho más allá de lo que somos capaces de concebir en un primer instante. Esta película sintetiza toda la carrera de un genio como Miyazaki y es un privilegio poder disfrutarla estos días en los cines.