El reconocimiento del derecho a defenderse, entendido como proclama universal aplicable tanto a individuos como a pueblos o naciones, es una perogrullada incontestable. Pero esa perogrullada referida a un contexto de enfrentamiento armado no es aplicable indistintamente a ambos contendientes. En los últimos días hemos oído repetidamente de boca de los mandatarios occidentales (salvo honrosas excepciones) decir que Israel tiene derecho a defenderse, frase que vienen soltando sistemáticamente cada vez que se ha desencadenado una intifada. En realidad los gobiernos europeos tienen automatizada esa sentencia de tal modo que ni siquiera esperan a que la suelte el inquilino de la Casa Blanca para repetirla como un eco. Y suelen rematarla declarando su apoyo “incondicional” a Israel como un gesto de solidaridad mal entendida. No sólo tienen un concepto equivocado de la solidaridad, sino que además confunden la defensa con el ataque y viceversa. Lo de Israel no es una defensa, es un ataque de tal crueldad que convierte en pura excusa el condenable atentado contra la discoteca.

Hace pocos días un alto mandatario (sin mando) se atrevió a describir, como por ascuas, la situación palestina, sin que llegara a decir lo que todo mundo sabe y cualquier historiador atestigua: que el Estado judío, al igual que su patrocinador americano, está construido a base de bombas y de pillaje, un Estado que se rige por una ley del talión hecha a la medida de su potencial armamentista, mientras que Palestina es la víctima permanente de las bombas y del expolio. Antonio Guterres habló cuando el horror provocado en Gaza desbordó la capacidad de sufrimiento de su conciencia. Otros mandatarios (supuestamente con mando, pero sin conciencia) ni sufren ni padecen, y a lo más que llegan es a sugerir a Israel “pausas humanitarias” en medio de la deshumanización salvaje. ¡Qué contradicción!, ¡qué cinismo! ¿Esos son los valores cristianos de la vieja Europa que dicen defender? Pausas humanitarias para que las bombas de Israel encuentren todavía con vida a los palestinos en el siguiente ataque.

En el acervo lingüístico popular hay una máxima de valor no sólo profiláctico de la lengua castellana, sino también de valor moral para el hispanohablante: “llamar a las cosas por su nombre”, “al pan pan, y al vino vino”. Lo que está haciendo el ejército israelí en Palestina “no tiene nombre”. Señores académicos de la Lengua, busquen o creen el término adecuado a tan imperdonable tropelía. Comprenderán que lo de guerra contra Hamás es puro engaño.