Con respecto a la carta al director, publicada en este medio ayer 22 de noviembre, bajo el título de Garcilaso se va de botellón, y firmada por Miguel Monreal Azcárate, quisiera hacer alguna puntualización.

Empieza la carta diciendo: “El 11 de noviembre de 1523 Garcilaso de la Vega, una joven promesa de las letras hispanas, era armado caballero de la Orden de Santiago en Pamplona, tal como recuerda una pequeña placa junto a la entrada de la iglesia de San Agustín”. Un comienzo muy aséptico, pues dice poco y calla mucho. Luego habla de “... un ayuntamiento que ha mostrado interés por rememorar la genialidad y la valentía de uno de nuestros más ilustres poetas…”. Y también dice “... recordar al genio del Renacimiento con una placa”…

Pongamos las cosas en su sitio. Efectivamente Garcilaso de la Vega fue armado caballero de esa orden militar, pero no por sus méritos literarios, pues, como dice el texto comentado, todavía era “una joven promesa”. Fue armado caballero por los méritos contraídos como militar al servicio de la Corona de Castilla, que no hay que olvidar, acababa de conquistar este Reino, y no precisamente con versos y rosas, sino por las armas. Méritos que luego ampliaría en las campañas de Pamplona y Hondarribia/Fuenterrabía, luchando contra los navarros que defendían la independencia de Nabarra. ¿Fue ahí donde demostró su “valentía”? Y, me pregunto, ¿qué pinta un Ayuntamiento de Pamplona/Iruñea rememorando la genialidad y valentía de uno de los soldados que contribuyeron con su espada, no con sus poemas, a hacer que este territorio fuese conquistado?

Y, para terminar, puntualizar que la placa de la que hablamos, no recuerda a ese “genio del Renacimiento” porque hubiese venido a esta tierra a buscar un editor que le publicase sus obras, o para interesarse, como buen intelectual que era, por la lengua de esta tierra, el euskera y la producción literaria (mayormente oral) de la misma. La placa en cuestión, eso sí bilingüe, lo recuerda por lo que era, como he dicho más arriba: un militar que vino, como buen mercenario, a ganarse la vida ayudando al rey castellano de turno en su política expansionista, en este caso a conquistar Nabarra. Lo mismo que posteriormente hizo por otras tierras. Así que, igual, involuntariamente, esos jóvenes que se acercan a “... una placa a cuyos pies se amontonan orines, vomitonas y trozos de pizza”, ¿no están haciendo el mejor homenaje que, como militar ocupante que era, se merece? (Y que conste que no me parece bien que se vayan dejando ese tipo de restos, ya sea en el Casco Viejo, como en cualquier otra zona de esta ciudad).