La línea del mar es un umbral amplio difuso mientras el cielo recorta el espacio visual. Tengo miedo y frío a partes iguales. Dicen que el miedo es libre pero yo me siento cercenado por estas certezas que me asaltan el alma.
La balsa la ocupamos cincuenta y cuatro personas que temblamos de hambre frío y sed. Como me puede estar ocurriendo esto. Las lágrimas cubren mi rostro tostado por un sol inclemente. Qué será de nosotros. Recuerdo a mi madre con una tabla salvadora en el último instante. Memorias de una infancia donde el calor de mi madre apagaba las horas oscuras. No puedo dejar de llorar. Siento en el pecho la voz quejumbrosa de los niños que no paran de gemir.
El viento nos empuja a la deriva y el frío me estremece el cuerpo. Somos como un espécimen que ahoga todos los lamentos.
A bordo no hay tregua para el sufrimiento. Somos la nada en mitad de un mundo irracional de tercas fronteras. Si nos encuentran no sé si estaré vivo o muerto pues la muerte acompaña mi pensamiento apurado e incierto de la realidad.
Nuestra soledad amaga con convertirse en eterna mientras mis ojos vidriosos sienten el dolor que nos acompaña hasta el infinito.
Desafiamos las normas y nos ocupamos a una realidad sentida como de eterna libertad.
El destino es incierto. Tengo las manos magulladas y el corazón rebosa palpitaciones temblorosas en un ritmo que se confunde con las demás respiraciones.
Sólo la suerte podrá salvarnos de un naufragio seguro. Siento piedad de mí mismo y el miedo atormenta mi espíritu de un modo frenético y agonizante.
No pedimos nada que no sea elemental. Un techo un trabajo y una vitalidad enriquecedora y prometedora.
Por fin avistamos un barco y por un momento siento que ha merecido la pena toda la travesía del desierto y las horas a la deriva. Un cúmulo de sensaciones nuevas absorben mi espíritu. El barco salvavidas se acerca mientras la balsa se estremece con las cincuenta y cuatro personas a bordo. Recupero la esperanza para todos nosotros.
*La autora es es graduada en Geografía e Historia por la UNED
