Hace cuatro días, bajábamos a comer al bar de tu hermana y, mientras me tomaba una cerveza, desaparecías para volver al rato con dos bolsas de compra que dejabas en la cocina del bar. Volvías a salir como con prisa y de nuevo regresabas con mercancía comprada, te sentabas en la mesa en la que te esperaba y comíamos entre conversaciones más o menos interesantes, pero conversábamos.

Hace cuatro días, mientras leía el periódico en el cuarto de estar, me silbaste desde arriba al levantarte de la cama “fuifu fuifu” para que me asomara al hueco de la escalera, lo hice, nos dijimos alguna tontería y seguimos con nuestra rutina.

Hace cuatro días, creí que habías cogido una depresión de caballo en Navidad, consecuencia de la presión que tienes que soportar en casa de la abuela, a la que acuden hermanos, hermanas, cuñados, cuñadas, sobrinos y nietos, a los que atiendes como si de una casa rural se tratara.

Hace cuatro días, la analítica dijo que tenías todo bien pero el mismo día que recogimos los resultados, mientras leías el periódico en casa, vi que te volvías hacia la pared y te quedabas como absorta, como bloqueada y me faltó tiempo para tumbarte en el sofá y pediir auxilio, que, por suerte, llegaba en ese mismo instante a la puerta de casa.

Hace cinco meses que te diagnosticaron un tumor cerebral con muchas ramificaciones (nudos, me dijeron la primera vez), pasamos por tratamiento de radio y quimio sin resultado positivo y seguimos conviviendo, de momento en casa, sin conversaciones, sin comunicación alguna, salvo alguna sonrisa que te arranco con dedicación y esfuerzo.

Tu movilidad es escasa, hasta el punto de que hay que darte de comer, vestirte, ducharte... Tenemos unas escaleras que, como un muro, debemos sortear con ayuda externa, tanto para subir como para bajar. Gracias a que contamos con esa ayuda externa, accedemos a la habitación y al baño. Daremos por bueno que en ningún momento has tenido dolor (al menos no te has quejado) y que no has dejado de comer, aunque el deterioro es visible, constante y pertinaz.

Desde la impotencia más absoluta, me pregunto qué pasa por tu cabeza, qué puede recordar, pensar, querer, gozar, sufrir, mirar, oír, decir, pedir, desde el abismo generado por el tumor que la invadió silencioso, repentino y maligno, infinito y maligno.