Recrear en la memoria sucesos del pasado es consecuencia de ser lector empedernido. Días pasados DIARIO DE NOTICIAS publicaba un artículo, incluida fotografía, de dos jóvenes que accedían a la universidad. El apellido de uno de ellos captó mi atención: Castro.
El motivo de que atrajera mi atención no era otro que cuando hacía Bachiller en Ximénez de Rada, en la plaza de la Cruz de Pamplona, en el año 1957. Pese a los años transcurridos, los recuerdos vuelven con claridad. Lo digo porque entre el profesorado teníamos un enseñante de nombre José Ramón Castro.
No era un profesor cualquiera. Doctorado en Historia, catedrático, autor de los libros que estudiábamos. Un pozo de sabiduría de la ilustre ciudad de Tudela. Si algo recuerdo de él es que sabía tratar a los alumnos, no como otros. Me abstendré de citar nombres.
Quizás fueran los inicios que con el tiempo incrementarían mi afición por la lectura. Mi biblioteca es modesta, pero no carece de atractivo, al menos para mí. Entre los ejemplares que conservo como preciado tesoro una colección editada allá por el año 1975 de Astérix y Obélix. Un capricho para pasar un rato agradable, con sus aventuras por la Europa de entonces (50 a.c.). Por cierto, en una de ellas, para mi regocijo, estuvieron en Pompaelo (Pamplona). Desternillante.
El buen humor que no falte.