A las 19 horas del día 24 era materialmente imposible acceder a mi domicilio por la aglomeración de gente bebiendo en la calle. A duras penas me iba abriendo paso con las consiguientes malas caras de los que al parecer se creían con el derecho de ocupar sin medida la vía pública sin consideración al vecindario. Alguien (ningún crío), a quien tuve que pasar rozando, dijo mofándose de la situación y con la copa en la mano: “mira qué contenta va esta mujer”, a lo que otra acompañante del grupo (ninguna niña) se me dirigió diciendo en tono burlón: “Feliz Navidad, señora”. Les pregunto a estos dos sujetos:

1- Si tienen la menor idea de cuál era mi estado de ánimo. Posiblemente mejor que el de quien se sumerge en el más inclemente barullo, quizás buscando el olvido de quién sabe qué.

2- Si han conocido alguna vez el sentido de la Navidad o quizás ya lo han suplantado por el intento de zancadillear todo lo que se les cruce en su camino.

Dudo de que muchos de entre aquel mogollón tengan la sensibilidad de leer y menos de hacer una composición de lugar de este escrito, pero por si acaso.