Si la lentitud burocrática fuera un deporte, Navarra competiría en primera división. La gestión de los trámites de reconocimiento de discapacidad en esta comunidad es un laberinto kafkiano donde las personas que más lo necesitan son condenadas a la espera eterna. Mientras tanto, la administración se escuda en excusas de siempre: falta de personal, volumen de solicitudes, procedimientos complejos… Todo menos admitir lo obvio: no es una prioridad.
Hoy en Navarra, una persona con una enfermedad crónica o degenerativa puede esperar más de un año y medio para que le reconozcan algo que es evidente. Y sin ese papel, olvídese de acceder a ayudas, adaptaciones laborales, transporte accesible o prestaciones económicas. Básicamente, la administración le dice: “Espere pacientemente mientras su situación empeora”. Pero lo más insultante es que, cuando finalmente llega la resolución, en muchos casos el grado de discapacidad otorgado es inferior al que corresponde, obligando a la persona a recurrir y volver a esperar otros tantos meses o años. Un círculo vicioso en el que el tiempo juega siempre en contra del más vulnerable.
¿Dónde está la voluntad política para solucionar este desastre? Navarra presume de una sanidad avanzada, de ser una comunidad modelo en derechos sociales, pero a la hora de la verdad, las personas con discapacidad siguen sin estar en la agenda urgente del Gobierno. Se inauguran infraestructuras, se presentan planes de inclusión con grandes discursos, pero lo esencial -agilizar y humanizar los trámites- sigue atascado en la cola de espera.
La discapacidad no es un trámite, es una realidad. Y cada día que la administración tarda en reconocerla es un día más de incertidumbre, de desprotección y de injusticia. Es hora de que Navarra deje de mirar hacia otro lado y empiece a hacer lo que debería haber hecho hace mucho: resolver con urgencia y dignidad lo que no admite demora.