Nuestra alimentación ha cambiado drásticamente en las últimas décadas. La dieta mediterránea, antes base de nuestra nutrición, está siendo desplazada por alimentos ultraprocesados y hábitos poco saludables. Este cambio coincide con nuevos métodos de producción que priorizan la cantidad sobre la calidad, afectando al valor nutricional de los alimentos.

La industrialización ha traído comodidad, pero también una oferta masiva de productos bajos en nutrientes y altos en azúcares y grasas. Además, la pérdida de prácticas agrícolas sostenibles deteriora la calidad de los cultivos, lo que repercute en nuestra salud.

Las consecuencias son evidentes: aumento de enfermedades metabólicas, menor calidad de vida y una preocupante afectación en niños, cuyo desarrollo se ve comprometido por una mala alimentación. Incluso la esperanza de vida, que durante décadas creció, ahora se ralentiza en muchos países europeos.

Es necesario recuperar hábitos saludables, fomentando la educación nutricional y el consumo de productos frescos y locales. No se trata de rechazar el progreso, sino de integrar lo mejor de la tradición en nuestro estilo de vida actual. Si no actuamos, las generaciones futuras pagarán las consecuencias de una alimentación cada vez más alejada de lo natural y saludable.

Quizás sea el momento de volver a disfrutar de un buen plato de lentejas.