Crisis silenciosa
En los albores del siglo XXI, un joven europeo podía aspirar a independizarse, adquirir vivienda, coche y formar una familia con un empleo estable. En 2000, y aún en 2010, pese a las crisis, los ingresos mantenían cierta correspondencia con el coste de vida. Hoy, tras más de dos décadas de precarización, inflación y estancamiento salarial, el panorama ha cambiado drásticamente.
Los datos de 2024 muestran que los menores de 35 años han perdido una proporción significativa de su poder adquisitivo en comparación con generaciones anteriores. Mientras estas accedían al bienestar con un solo empleo, los jóvenes actuales encadenan contratos temporales, mal remunerados y, a menudo, combinan varios trabajos solo para subsistir. La vivienda es inalcanzable, el coche -símbolo de autonomía- un lujo, y la maternidad/paternidad, una quimera para muchos.
Este debilitamiento económico de la juventud no es solo un problema generacional, sino un riesgo estructural. Sin jóvenes con capacidad de consumo, de inversión y de contribución fiscal, el modelo europeo de Estado del bienestar entra en zona de peligro. ¿Quién sostendrá las pensiones, la sanidad, los servicios públicos?
Europa necesita políticas urgentes que devuelvan la esperanza a su juventud: salarios dignos, acceso real a la vivienda y estabilidad laboral. No se trata solo de justicia intergeneracional, sino de preservar el futuro de todos.
¿Dónde está la mejora de la UE prometida por la nueva Comisión en el segundo mandato de Von der Leyen? ¿La veremos en algún momento?