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La memoria no olvida

La memoria no olvida

Las hemerotecas no perdonan. Nos devuelven, sin filtros ni matices, las palabras que en su día se pronunciaron con solemnidad, pero que el tiempo y los hechos se encargaron de desmontar. La memoria escrita, muchas veces subestimada, se convierte en un espejo implacable frente al relato interesado del presente. Sin embargo, tan importante como recordar es actuar. No basta con constatar que la corrupción se ha instalado profundamente en nuestra vida pública. No basta con señalar la hipocresía de los discursos que prometen regeneración y acaban protegiendo lo mismo que decían combatir. Hace falta que esa conciencia se traduzca en exigencia, vigilancia y participación. La corrupción, como enfermedad crónica, no desaparecerá con simples declaraciones de intención, ni con escándalos momentáneos amplificados por los medios. Solo se erradicará –si es que eso es posible– mediante estructuras sólidas de control, justicia independiente y, sobre todo, ciudadanía activa. La tecnología puede ayudar, sí. Automatizar procesos, limitar el margen humano de arbitrariedad, garantizar trazabilidad. Pero no sustituye la voluntad ética. Persistir en la denuncia es necesario, pero más aún lo es construir una cultura que no tolere la desidia, ni la connivencia, ni el silencio. El futuro no lo escribirán solo las hemerotecas. También lo harán quienes hoy deciden recordar, señalar y actuar.