Una llamada importante
Llamar a una oficina pública debería ser sencillo. Uno marca, espera unos tonos y confía en que alguien atienda. Pero lo que sigue es una escena digna de comedia burocrática.
Tras varios intentos, aparece la voz del contestador automático: “Su llamada es muy importante para nosotros”. Uno marca, escucha los tonos y confía -ingenuamente- en que alguien atienda.
Cada intento es idéntico: tonos, silencio y la misma promesa grabada, como un eco administrativo interminable.
Estas oficinas presumen de cercanía con el ciudadano. Atención accesible, eficaz, humana. Pero cuando uno intenta ejercer ese derecho básico -el de comunicarse- se encuentra con un muro invisible. Un protocolo fantasma que convierte la llamada en un acto de fe. No pedimos milagros, solo que alguien descuelgue el teléfono y convierta en realidad la frase “su llamada es muy importante”.
Porque si no, lo más honesto sería cambiar el mensaje por algo más realista: “Su llamada será ignorada con eficiencia. Gracias por su paciencia”. Al menos así uno sabría que está solo en la línea, pero acompañado en la sinceridad.