Carta de la luna
Acabo de ver las imágenes de Federico García Lorca que han salido a la luz y, como en un capítulo de Stranger Things, he tenido la sensación de que la historia se había levantado de la silla para moverse otra vez. Unas imágenes donde no le veo caminar, sino bailar, bailar sin música, sin escenario, sin más coreografía que el pulso de una época que todavía sigue latiendo, se nota en la tierra, bajo la piel de nuestro país.
En esos segundos recuperados, vaya tesoro, el poeta parece flotar entre risas, viento y polvo de camino. Y a lo mejor vosotros lectores podéis pensar que si un poeta baila, es porque la memoria también puede hacerlo. No avanza en línea recta, más bien serpentea, gira, se esconde y regresa. Yo no quiero más que una mano, escribió, algo tan humano que quizá por eso, esa misma entrega a lo humano resultó insoportable para quienes quisieron dictar el silencio. Unas mínimas imágenes, frágiles, que funcionan como un recordatorio de que la cultura siempre encuentra un resquicio, una brecha por donde volver, porque todo vuelve. Verde que te quiero verde, bajo la luna gitana, versos de todos, vuelven a florecer entre los fotogramas, como si nunca los hubieran asesinado, borrado, suprimido su eco, su gesto, la alegría y la libertad.
Lorca llevó el teatro a los caminos, a las plazas, a las manos sencillas que nunca tuvieron escenario. Habló de libertad cuando esta se pagaba con la vida, no como ahora. Defendió la diversidad cuando la diferencia se castigaba con sombra. Por eso hablo de la importancia, del triunfo de estas imágenes, porque no son una anécdota, sino la prueba de que ningún régimen, por autoritario y salvaje que sea, consigue borrar aquello que la memoria decide rescatar y por todo lo que nuestros antepasados han luchado para conseguir. Recuperarlas es volver a encender una luz que nos pertenece a todas y todos, y al verla encendida, uno no puede evitar sentir que, después de tantos intentos de enterrarlo, y ahora más que nunca con el auge de la extrema derecha en los jóvenes, la cultura -como las hierbas de los cementerios- vuelve siempre a levantarse.