Pues ya están aquí, han vuelto, unos con parafernalia desvergonzadamente fascista y otros con un rosario en la mano pidiendo, otra vez, la salvación de España. Y unos y otras compartiendo un lema que repiten cada vez con mayor intensidad, ¡España cristiana y no musulmana! Haríamos bien en tomárnoslo en serio, cabalgan sobre una ola autoritaria que se extiende por el mundo. Es el nuevo fascismo, aquel sobre el que nos advertía George Orwell cuando decía que el fascismo volvería a aparecer como un “fascismo de paraguas y bombín”.
Este nuevo fascismo, esta ofensiva autoritaria, está representado por el nuevo complejo tecnológico autoritario, que está superando al complejo militar industrial en EEUU. Son los Musk, Bezos, y sus peones como Trump.
Este nuevo fascismo tiene en España sus partidas de la porra, y sus peones políticos y mediáticos. Pero, no nos engañemos pensando sólo en Abascal.
El lema de España cristiana y no musulmana responde a un proyecto político que supera los límites de VOX y alcanza ya a sectores del PP, Ayuso como no único ejemplo.
Y es que podemos ver cómo este magma está modulando de forma inteligente su discurso. Hasta ahora el enemigo era la inmigración, el anzuelo con el que pescan en el río de la precariedad, de la falta de esperanza de una parte importante de la ciudadanía. Han cambiado, ahora hay una inmigración mala, “el musulmán” y una buena, aquella que comparte lo que dicen que son nuestros valores, la llamada civilización cristiana occidental. Inmigración buena para limpiar nuestras casas y cuidar a nuestros mayores, Ayuso dixit.
Han descubierto un nuevo aliado, las iglesias evangelistas, que en EEUU, Centroamérica y sobre todo en Brasil, son la punta de lanza de la extrema derecha. Lo que se denomina la “bancada evangelista”, ocupa el 40% del Congreso brasileño y es el más importante apoyo de golpistas como Bolsonaro.
Por eso ya no hablan de la inmortal España católica, sino de una España cristiana. Isabel Díaz Ayuso lo vio con claridad y se ha lanzado a conseguir el apoyo de estas iglesias que se presentan como esperanza ante la ciudadanía inmigrante latina frente a la precariedad, los dramas de la separación familiar y el rechazo de una parte de la población. Frente a esta inmigración buena, están exigiendo por ejemplo suprimir las clases de árabe que, por cierto, inició M. Rajoy y quieren también expulsarlos de los lugares públicos. Estupendas señales para la convivencia.
Defienden lo que llaman la civilización cristiana occidental, olvidando que la construcción de los mejores valores europeos lo ha sido frente a las iglesias cristianas, frente a los Lutero que condenaban a los campesinos que se levantaban contra sus señores porque atentaban contra el orden divino, lo ha sido frente a quienes quemaron a Giordano Bruno o la sagrada inquisición en Valencia en 1826 ejecutando a Cayetano Ripoll, maestro con la nefanda costumbre de pensar. No haría falta recordar lo que la Iglesia Católica, con contadas excepciones, contribuyó al golpe militar, la guerra y la dictadura.
Esta España cristiana nos dejaría fuera a los “malos españoles”, a los que creemos en un estado plenamente laico y democrático, con libertad de pensamiento y también de cultos. Difícil tarea el oponernos a este tsunami, pero nos va en ello la democracia.
A qué esperamos para legalizar la presencia de esos cientos de miles, por lo menos 800.000, que para vergüenza nuestra, mantenemos sin papeles en nuestras calles y a los que debemos convertir en ciudadanos y ciudadanas, con la herramienta imprescindible, aunque no única, que es un puesto digno de trabajo. A qué esperamos para para avanzar en la laicidad del Estado, a finiquitar los acuerdos con la Santa Sede de 1979, siempre prometido por el PSOE y nunca cumplido, a suprimir la financiación a las iglesias, que deben hacerlo con sus asociados. A qué esperamos para ir suprimiendo, con prudencia sí pero sin pausa, la presencia de capellanes castrenses, alguno llega a general, y la presencia de militares, policías y guardias civiles en manifestaciones religiosas. A qué esperamos a que la jefatura del estado, que se supone que a toda la ciudadanía representa, no incline la cerviz ante autoridades religiosas.
No se les combate cediendo, se les debería combatir siendo capaces de presentar proyectos, sociales y políticos capaces, desde la unidad, de devolver la esperanza y la ilusión a quienes nos van abandonado. Se les combate llenando las calles, por la paz y contra el fascismo, que ya nos lo dijo Gabriel Celaya, “A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”.
*Profesor de Historia jubilado