SUPONGO que cada cual ha celebrado como mejor ha sabido o podido estos días de Navidad; o no los ha celebrado por lo mismo. Hay una Navidad alegre, al menos en apariencia, y ruidosa, y hay una Navidad sombría: la de los excluidos, los enfermos, los arruinados, los invisibles, la del inmigrante solitario en la noche de una cohetería y unos gritos desaforados que le son ajenos. Otra Navidad y es la misma. No hace falta ser cura para señalarlo, con no ser una fiera basta.

Por las ventanas cuelgan muñecos de la Coca Cola pergeñados sobre un personaje que surge de la noche de Europa, de sus mitos más profundos, pero que es pariente de Olentzero, de Santa Klaus y de otros genios del bosque y la espesura. Descendientes todos del fin de las noches largas y de los días cortos.

Hace cincuenta años a Papá Noel se decía que porque era cosa de protestantes y si bien dar y recibir regalos el día de Navidad era muy chic, en el fondo eso se veía con suspicacia. El árbol tampoco tiene mil años entre nosotros, esos mil años que se necesitan para hacer una tradición de obligado cumplimiento que a veces son dos o tres.

Hay gente, como con los toros, a los que la Navidad pone en fuga, aunque se queden. El artículo anti navideño, como el anti taurino, es todo un clásico. Aducen cuestiones de laicismo o ateísmo militante, o que no hay motivo de celebrar nada. Eso mismo debió pensar Juan Sebastian Bach cuando compuso el Oratorio de Navidad, seguro, claro que si nos pagan así cualquiera.

El Misterio de Navidad es de mal gusto, algo rancio, y está reservado a la gente religiosa de antes. Fuera. La patria ante todo. Las luces.

En este rifirrafe de símbolos festivos, los Reyes Magos se están llevando la peor parte, por monarcas. Ya que no podemos tumbar al Borbón, abajo los Magos de Oriente, y si los sacamos a pasear no es para honrarlos, sino para fastidiar al enemigo. Inteligencia a raudales. Nos sobra.

A otros lo que les pone malo es Olentzero, y se aplican a su acoso y derribo aduciendo que es un invento, como si la propia vida de quien eso sostiene no lo fuera. Un invento y una patraña histórica , como si las propias fueran la verdad revelada. Tú puedes cambiarte de credo y de chaqueta cuantas veces quieras y estar siempre en posesión de la verdad, pero el prójimo no puede festejar la Navidad como mejor le parezca. Estupendo, muy honorable, muy limpio el juego.

A mí la Navidad, el día de la luz nueva, me pilló leyendo, como cada año, Un sermón de Navidad, de Robert Louis Stevenson. Me gusta mucho ese texto breve, y me he dado cuenta de que detalles que hace treinta años no me concernían, ahora parecen estar escritos por alguien que está vivo y conoce cómo es mi vida a puerta cerrada. Eso pasa con los grandes escritores, los que han sabido reflejar las pasiones humanas, ver en su corazón y asomarse al de sus semejantes.

No le voy a decir a nadie cómo tiene que ser su Navidad ni cómo debe manifestar su alegría y cómo no, y hoy tampoco estoy como para decir que no admito que nadie me lo diga porque hoy me encojo de hombros. Hoy sólo me importan las cosas que no son de niebla. Hoy sólo les invitaría a leer esa veintena de páginas de Stevenson que hablan de la alegría de estar vivo, del no ser cicatero con la alegría ajena ni censor de sus defectos que son los nuestros, y del coraje que se necesita para aceptar nuestras derrotas y el que nuestros logros suelen quedar casi siempre un poco más cortos que nuestras ambiciones: "La vida no ha sido hecha para satisfacer nuestra vanidad".

En éstas estaba cuando me llamaron para comunicarme la muerte del hermano y del amigo, el que cantó Xabier Lete en Xalbadoren heriotzean. Preguntarse dónde están las personas queridas que se han ido es más común de lo que parece, con Navidad de por medio o sin ella.

Supongo que más de uno y de dos lectores de esta página habrán comido alguna vez en el restaurante Eskisaroi, de Elizondo. Quien trajinaba en sus fogones era Pello Garmendia Galarregui. El de cocinero no es un oficio ni fácil ni blando. Lo desconocemos. Nosotros al plato, a disfrutar. Esto lo contaba muy bien David de Jorge en su Porca memoria, quien, por cierto, supo cómo cocinaba Pello las becadas.

Pello falleció en la mañana del día de Navidad, el día de la luz nueva, o eso. Para los que le han conocido y tratado, en Baztán o fuera de Baztán, ha sido un golpe duro. Lo sé porque lo he visto. Asomarse al dolor ajeno es una lección que hay que aceptar. Pello llevaba enfermo varios años y nos ha dado una lección de entereza y de coraje a todos los que le hemos tratado. Ni una queja. Los enfermos tienen algo importante que decirnos, pero no solemos escucharles porque nos ponen en fuga. No les voy a contar a ustedes cómo nace y se hace una amistad, porque cada cual sabrá de esta historia de tintes misteriosos a su manera y sabrá, en consecuencia, lo que se siente cuando la perdemos. Pello era cuerdo, optimista y alegre, socarrón y bienintencionado. Y esto era del dominio público. A veces se confunde el optimismo con la insensatez, y el tener el cerebro alquilado a los disparates con la alegría. Lo de Pello era distinto y no estaba solo en esa trocha. Es cuestión de prestar atención.

Ayer, en medio del fragor navideño, le escuchaba decir a una persona de verdad conmovida: "No era un amigo, era el amigo". Ésas son palabras que están el aire y un día se escuchan aquí y otro allí, y otro más nos toca a nosotros decirlas. Y si traigo esta historia a esta página navideña es porque estoy seguro de que la voy a compartir con conocidos y con desconocidos.

Hay gente que deja a su espalda un vacío que disfrazamos como podemos con consideraciones que tienen menos enjundia de lo que parece, un vacío que no se llena y ahí queda, y nos contamos que si la vida sigue, cosa que no se puede discutir, y blablabla y blobloblo, pero el vacío ahí sigue, con la misma obstinación que la vida famosa.

Hace unos pocos días, antes de soltarme una humorada genial, Pello me dijo que tenía suerte de no estar tan fastidiado como él estaba. Sí, tienes toda la razón, Pello, tengo suerte, la de estar vivo, y la de haberte conocido.

Pello, goian bego, y como decían los antiguos, que la tierra te sea leve.

Y para quien haya llegado hasta aquí, mis mejores deseos de ventura, y para quien no, pues también.