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Hacha de sílex

lo ha escrito Gabriel Albiac en ABC, y se ha quedado a gusto: "Ya está bien de tonterías. El vascuence es una bella reliquia. Que debemos mimar como se mima a las cuevas de Altamira. Empecinarse en hacer de su uso instrumento comercial cosmopolita es como armar un F-18 con hachas de sílex. En una economía global, todo aquel que renuncie a la posesión de una lengua vehicular universal está ya muerto. Una enseñanza monolingüe en catalán o gallego o menorquín o valenciano -del vascuence, mejor ni hablo- es un deliberado suicidio".

Como era de esperar, la intelectualidad del cogollo no ha respondido. Para qué. Verdades como puños, aplaudirá algún colega. Con dos cojones, añadirá otro. Yo a Gabriel Albiac lo tengo por culto e inteligente, he leído varios libros y cientos de artículos suyos. Por eso no creo que ignore la realidad, no, creo algo peor: miente, y sobre dos falsedades edifica su apocalíptico juicio.

Es mentira que quienes estudian euskara pretendan convertirlo en una lengua internacional: saben de sobra que fuera de aquí -y aquí- se necesita, como mínimo, el castellano. Y es mentira que renuncien al otro idioma oficial y general, pues lo hablan sin problema. Claro que es muy sencillo pintar al prójimo como un cateto, mostrar el cuadro al respetable y sentenciar con el pincel infalible: he ahí un cateto, ¡pobrecito!, qué suerte tengo yo de ser hipotenusa. Más complicado es retratarlo y juzgarlo tal cual es.

Salvo las culturales -¡quién destruiría las cuevas de Altamira!-, uno puede hallar razones contrarias a la salvación de un idioma minoritario. Y discutir sobre el coste de su expansión, la discriminación positiva y la zonificación. Esto lo mismo vale para el finés y el hebreo, por ir más lejos. Pero es difícil debatir con quien, antes de abrir la boca, ya te considera un cerril analfabeto sin más horizonte que las pestañas ni más futuro que el suicidio. Deliberado, dice. Como si los hubiera casuales.