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Triste aniversario

EN Madrid, la celebración del aniversario del atentado del 11 de marzo de 2004 y, lo que es peor, el homenaje a las víctimas, ha coincidido con una propuesta gubernamental de una nueva reforma del Código Penal que contemple el endurecimiento de las penas por delitos terroristas para convertirlos en imprescriptibles.

Algo no funciona del todo bien en un país que necesita una reforma casi anual del Código Penal. Y van veinticinco. Algo falla en la concepción de ese Código y en la marcha de ese país que, pese a tener un Código Penal duro, disfruta de un hondo descrédito social en la Administración de Justicia, de una población reclusa que va en vías de ser incontrolable y de la incesante exhibición de un muestrario de delitos ligados a los enriquecimientos injustos que han sostenido "la riqueza" del país hasta que esta se ha venido abajo para casi todos, menos para los financieros: su inseguridad social y jurídica no es cosa de navajeros, sino del crimen organizado y de los delincuentes públicos que un día sí y otro también eluden la acción de la justicia con desvergüenza y marrullerías procesales de altura, como las del caso Gürtel/PP, que persiguen el enredo y la imposibilidad de juzgar, lo que en otros países se llama chicana.

Esa imprescriptibilidad de los delitos de terrorismo, con la redefinición constante de esta figura para que quepa todo lo que convenga, la defiende la misma gente que sostiene de manera airada el mejor no remover, la que tacha de revanchistas y rencorosos los ejercicios de memoria, más humildes que otra cosa y casi siempre marginales, en lugares dejados de la mano de Dios, lo que viene en la práctica a distinguir entre fuentes legítimas de violencia y otras que no lo son, dependiendo siempre de si las muertes son de los nuestros o de los Otros. Hay unos muertos mejores (los míos) que otros (los tuyos) y no creo que deje nunca de haberlos. Además, siempre hay unos Otros porque sin Otros parece que no acertamos a vivir. Los Otros y Nosotros. Son los lujos de esa enfermedad incurable que es el cainismo. Además, los odios compartidos le dan mucha cohesión al grupo social, unen mucho.

Y junto a los delitos imprescriptibles, reservados hasta hace nada para los crímenes contra la humanidad cometidos por los nazis, la cadena perpetua, ya sacada a la palestra por el PP, y lástima que la pena de muerte ofrezca problemas de índole constitucional para poder ponerla de nuevo en el articulado penal y volver a sacar a concurso la plaza de verdugo. Hoy, habría bofetadas por sacarse la plaza de verdugo de audiencia y volver a manejar la llave del garrote. Detrás de la justicia que se va perfilando para el siglo XXI no está el espíritu de la misma, sino la venganza, el castigo implacable, la munición política oportunista. La reinserción y todas las teorías de una ciencia penal de corte humanista son filfa pura. Nadie quiere ver a los terroristas reinsertados ni persuadidos de su error, los quieren ver castigados sin tregua, hasta su muerte. Lo mismo por lo que se refiere a autores de otros crímenes que resultan odiosos. Ojo por ojo, y algo más de paso si se puede. Delitos imprescriptibles e imperdonables. No hay purga de pena posible. De pagar, se paga con la propia vida o no se paga. Daba gusto escucharle a Trillo decir aquello de: "que el que la haga, la pague" y acordarse del vuelo mortal del YAK-51 del que salió bailando como una corista.

Hay gente que, desde medios de comunicación pagados por la Conferencia Episcopal o por el potaje intereconómico, lamenta, sigue lamentando, que esos atentados no hubiesen sido cometidos por ETA y no dudan en acusar al gobierno de no querer investigarlos a fondo por estar detrás de esa matanza, junto con ETA y con quien pase por ahí. Nadie es llevado ante los tribunales por semejante acusación. No por nada, no por respeto a la libertad de expresión, sino porque los que calumnian son poderosos y porque esa munición de derribo beneficia también al sector más rancio de la magistratura española. Todo el que puede elude ser el blanco mañanero de los matones de las emisoras de radio.

El jueves pasado, lo que era un acto de homenaje a las víctimas se transformó en un ataque en toda regla a la Venezuela de Hugo Chávez como nuevo santuario de ETA, por boca de una gente que instrumentaliza un acto sí y otro también los legítimos derechos y memoria de las víctimas del terrorismo en beneficio de la política anti socialista. Las víctimas del 11-M pueden en este caso esperar sentadas porque lo que cuenta es el rifirrafe, el intentar derribar al gobierno de Zapatero y acosarlo en el terreno de su debilidad en política internacional.

Asunto éste del santuario venezolano de ETA que está por ver.

En medio de esa ceremonia en la que lo único limpio era el nombre de las víctimas, la figura de Pilar Manjón, víctima ella sí de los atentados del 11, destacaba por su dignidad. No estaba allí para sacar tajada mediática, con esa volubilidad y savoir faire que permite andar un día con una capa de torero y otro con una corona de flores y otro más con el Cristo de los faroles, pensando todos en la chequera, pero pintaba poco. Tal vez por eso, por su independiente dignidad, ha sido vapuleada a fecha fija.

Y en las trastiendas de la celebración, la figura de los impostores, como la de quien simuló ser víctima del atentado para obtener la nacionalidad española, una vivienda y diversas ayudas materiales, invita también a reflexionar sobre el estómago de los ciudadanos de pro y la falta de escrúpulos de quien está a la que salta, como pillos saltatumbas, y hasta la manera en que fueron concedidas las ayudas. No sólo los políticos sacan partido de las consecuencias del atentado, poniendo caras compungidas, de circunstancias, antes de pasar a otra cosa, al cocidito madrileño por ejemplo, que por jueves era su día. Decir que Madrid es una pileta de murenas es decir poco, pero es decirlo casi todo.