El caso del escritor vasco Asel Luzarraga huele mal desde el principio, desde que fue detenido a finales de diciembre pasado en Temuco, Chile. Un tufo a instrucción amañada y a turbio proceso político. No sé si ha habido pruebas concluyentes para condenarle por tenencias de materiales que pueden servir para fabricar explosivos, pero pocas pruebas son, y a montaje huelen, las exhibidas en el juicio mediante fotografías de unos objetos que supuestamente se encontraron en su domicilio y que ni el interesado ni sus defensas han visto y podido por tanto expertizar. Un hecho que habla más del culto a una todopoderosa policía que de una elemental seguridad jurídica y procesal garantizada por leyes de rango superior.
Claro que cuando la intención es condenar y las exigencias políticas lo requieren, pocas pruebas hacen falta, más bien sobran. Porque éste es un juicio claramente político. Conviene no olvidarlo.
Las circunstancias de la detención de Luzarraga fueron tan escandalosas que una absolución hubiese equivalido a admitir el abuso.
Otra cosa es que la justicia chilena o la justicia de la región de Temuco, la de los mapuches, necesite un chivo expiatorio que sirva de advertencia a los extranjeros que quieran hacer causa con el pueblo mapuche arrinconado en la Araucanía, cuyas protestas son más silenciadas o minimizadas que otra cosa, y apoyar y dar vuelo a estas. Los incidentes con periodistas y visitantes extranjeros han sido habituales. Hablar por tanto de fabricación de pruebas es poco. Se le quería condenar y que su condena sirviera de escarmiento desde el mismo momento de su detención. A fin de cuentas es un extranjero, un anarquista, y tal vez un terrorista en tareas de exportación. Se le detuvo para eso, porque sabían que no estaba en la zona cuando se produjeron los atentados con los que se le quería relacionar, y se barajaron las palabras mágicas que provocan la condena inmediata de aquél a quien le cuelgan el sanbenito: terrorista, anarquista. Asel Luzarraga en este caso. No hacen falta muchas más pruebas para suscitar el apoyo mayoritario de una opinión pública que ya está muy convencida de todo y a quien cualquier sentencia condenatoria de un opositor al sistema les parece estupendamente.
No me cabe duda de que la gente que apoya el sistema y apoya las decisiones judiciales cuando le conviene, el de la condena de Luzarraga ha sido un gran día, pero me llama la atención que nadie parezca inquietarse por la condena de cinco años que ha caído sobre el escritor vasco ni por sus motivos ni por el fondo y la forma del asunto.
Entre lo que pueda decir la justicia chilena, no por chilena, sino por administración de justicia, y lo que diga Asel Luzarraga, yo estoy con Luzarraga. Sin ningún género de dudas además.