EL Papa parece ahora preferir que una persona que se prostituya use un preservativo para evitar transmitir el virus de inmunodeficiencia humana. Eso es lo que leemos en los medios de comunicación de ese libro que sale el martes, en el que Ratzinger se despacha sobre muchos temas. Es la primera vez que un papa, desde que comenzaran su cruzada contra la libertad y la profilaxis sexuales, dice algo así. No es extraño que todo el mundo se haya puesto a hablar de condones, llenando la comida familiar de látex, enfermedades de transmisión sexual y demás cosas que, quién lo iba a decir, ¡incluso en la beata Pamplona! se comentaban en los corrillos a la salida de misa en la plaza de la Cruz. Quizá la gente no se acuerde de lo que pasó el 19 de enero de 2005, cuando el portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, afirmó, al final de una reunión con la ministra de Sanidad que "los preservativos tienen su contexto en una prevención integral y global del sida". Aquello fue impresionante, mucho más que lo de ahora, porque era un posicionamiento claro a favor de la salud y de las políticas internacionales para la prevención de enfermedades. Lo que pasa es que duró poco, y unas horas después, el curita había sido desautorizado, el contexto cambiado y la vuelta a la caverna asegurada. Eran esos tiempos en que cardenales como López Trujillo se metían a virólogos inventando estadísticas de contagio usando el condón y demás, y diciendo barbaridades en contra de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. El mismo Benedicto lo hizo hace una año, en África precisamente, en una de esas meteduras de pata antológicas que (en el mismo libro del que hablamos estos días, el Papa reconoce que él no es infalible, por si a alguien le cabía alguna duda) provocó malestar general en un mundo en el que, sí, nos preocupan estas cosas. Así que ahora escucharemos las matizaciones: ya saben que la iglesia gusta de emplear siglos en reconocer sus errores. No vayamos a estresarles ahora.
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