Hablar, lo que se dice hablar, estos días no se hablaba de otra cosa: del tabaco y de que nos han vendido a los chinos o de que los chinos nos han comprado, que no se sabe lo que es peor. De ahí a mirar de través al chino de nuestro barrio no hay más que un paso. Porque no hay barrio que no tenga un chino, o dos, o más. Casi invisibles, no arman bulla, son discretos y duros de pelar; su sentido de la amabilidad, también llamado merdeo, es distinto, oriental, cosa que mosquea. Van a lo suyo, como si nosotros pensáramos antes que nada en nuestros semejantes, de manera solidaria. No hay que andarse con bromas de éstas porque en estas fechas y con tanta gripe, se colapsan los servicios médicos de urgencia.
Ésos, los que van royendo el pastel, son los chinos que vemos, los del barrio, los otros, los que pueden comprarse países enteros, están lejos, allí adonde van a mendigar los empresarios españoles. Los más apocalípticos dicen que nos van a comer a bocaos. Quiá, nos van a sorber como sopa de fideos, empujando apenas con los palillos.
El problema no son los chinos, son nuestros chinos, los que están detrás de cifras económicas, de impagos y de deuda que pocos entienden de verdad, pero que a cambio permiten especular con un Apocalipsis a corto plazo en un país dividido entre ciudadanos a salvo por un lado, y náufragos, hundidos y pringaos sin remedio por otro. El que no ha conseguido hacerse la masita, va dado.
Rebélate es una nueva consigna de best-seller que se vende como rosquilla escrita y descrita. No hay caso. ¿Un manual de rebeliones? ¿Contra quién, contra qué, cómo? ¿Otra estafa? No hay rebelión posible. Los trabajos penden de un hilo, compramos chino, pagamos en euro mientras lo tengamos en el bolsillo, y dejamos de hablar de una vida cada vez más cara y degradada porque no es de buen gusto, porque hacerlo es derrotismo, porque tal vez puede irnos todavía peor y porque para qué. Mal asunto el derrotismo, equivale a un entreguismo político en beneficio de los mismos. Punto en boca.
Sobre el tabaco en cambio, sobre su consumo público, semi público, clandestino, privado, se han escrito esta semana muchos y muy sesudos y muy sentidos artículos, de los de recio y apretado discurrir.
El humo, pero del tabaco esta vez, ha sido la panacea de tertulianos y columnistas, de mí mismo, hoy, que después de mirar en Wikipedia los síntomas y causas del llamado resfriado común, estoy peor que antes. Se han escrito, decía, muy sesudos artículos incidiendo en la libertad personal tan inalienable en estas cuestiones y tan poco recordada en otras más comprometidas, como cuando se habla de abusos policiales en los que no se repara más que cuando te toca, pero, ay, el tabaco, que no nos toquen el tabaco o que se lo toquen al de al lado porque nos está envenenando, y a nosotros no nos envenena nadie, como si no hubiera otras industrias envenenadoras, de verdad mortíferas, protegidas por el gobierno de turno.
La ministra de Sanidad hizo unas declaraciones, que luego no lo fueron, porque cómo voy yo a inducir a nadie a la delación, yo que abandero valores socialistas y humanitarios de vieja escuela, cómo voy a invitar a nadie a delatar que no otra cosa es la denuncia anónima, la que está en boca de todos, sin que apenas se hable sobre esa vergüenza. Al hilo de esas desafortunadas (para variar) declaraciones, encontré una fotografía de un buzón veneciano de denuncias anónimas para denunciar nada menos que usura o actos a ella asimilado. Eso aquí está de más, resulta impensable un buzón para denunciar los gatos por liebre, los empujones, las quejas? Reventarían además los buzones de tantas quejas. Por eso andan vacíos, porque la ciudadanía sabe que los encargados se limpian el bul con ellas. El sistema se ha sostenido en formas muy sutiles y refinadas de usura que, a cambio de una vida entera, daban un sucedáneo, no fabricado en China, como las herramientas más chungas e impracticables, pero casi: viviendas basura, de ésas de las que los glosadores del gran arte de la arquitectura no hablan jamás, contratos abusivos, precariedad laboral, servicios médicos mediocres, cuando no deficientes sin posibilidad de reclamo alguno, ancianidades de derribo, auténticos morideros?
Denunciar, delatar: hoy el tabaco, ayer los abusos o los malos tratos, meramente sospechados, mañana no sabemos, pero el control de la ciudadanía, vendido como seguridad, está cada vez más basado en la delación y en la denuncia. Los cuerpos policiales y las compañías de matones son insuficientes. Hagamos de cada ciudadano un soplón vigilante. No hay porqué echarse las manos a la cabeza. Vamos a vivir mejor, mucho mejor en todo caso, vamos a evitar males mayores, como con la tortura, esto es, con formas coercitivas de interrogatorio, preventivas a ser posible.
De otros asuntos de mucha enjundia se ha hablado menos. Por ejemplo de la izquierda abertzale, que dice que cumpliendo con la ley tienen derecho a presentarse a las elecciones o de que, dependiendo quién lo diga, sacar fotos de presos a pasear sea delito, te zurren, multen y procesen y que te dejen salir a pasear. Arbitrariedad, una más, pero admitida.
¡Ay, cumplir la ley! ¡Qué ilusión! No se trataba de eso. A estas alturas es muy difícil cumplir la Ley de partidos, como lo es participar en esos concursos japoneses en los que la gracia está en pegarte una hachepuntosuspensivos porque todo está pensado para que tú en concreto te la pegues. No hay manera de acertar. Puedo equivocarme, pero en la ley no pone cómo hay que cumplirla, y su cumplimiento queda al arbitrio de que el fiscal, azuzado por el político de turno, recurra y el juez sancione las nuevas inscripciones de partidos. Toda Ley de Partidos esconde otra detrás y otra más, y ese trile judicial y político cuenta con la aquiescencia general y mayoritaria de un país, cosa que se olvida. Mejor hablemos del humo que flotando te hace adormecer y de los chinos, y hasta de lo mucho que se liga fumando en la calle, que hermana mucho? se conoce gente.