Éste era el escueto texto de carteles, octavillas y pintadas que más me llamó la atención el pasado día 27, el de la huelga general: "Ladrones". Decoraba los vidrios y puertas de lo que antes se llamaban bancos y ahora entidades financieras o bancarias, que suena más impersonal. A la banca-banca le empieza a convenir lo impersonal y si un día pudiese evitar que aparezcan del todo los clientes en sus oficinas, mejor que mejor.

Hasta ahora las protestas de clientes, cada vez más airadas, las solventan con matones, medio uniformados, patibularios, a empujones, con maltratos que nadie ve, que nadie quiere ver, cuando el cliente "se pone tonto", y resumidos en un "Él (o ellos) se lo ha buscado". Crueldad social. Ya sin límites. Porque hasta que la Audiencia Provincial de Navarra ha dictado un auto que declara legal un caso de dación en pago, las escenas que han dado lugar a ese procedimiento han sido habituales y abundantes en los bancos. Es del dominio público.

El diálogo entre quien tiene la sartén por el mango y el que no tiene ingresos suficientes para acudir al pago de sus deudas suele ser un diálogo de sordos por completo inútil. Está condenado de antemano. Uno quiere cobrar como sea y otro no es que no quiera pagar, que a lo mejor también, sino que no puede, ni podrá en el futuro: pionera sentencia en este caso la catalana referida al matrimonio de jubilados que no podían hacer frente a sus deudas, alentadas por un sistema financiero que otorgaba créditos en exceso de riesgo.

Los mismos que han contribuido, -¡y de qué manera, carajo!-, a que los pisos estén sobrevalorados, los devalúan, ampliando un negocio del que nadie habla, el de las subastas y los subasteros: la zona más negra del mercado inmobiliario y bancario, la de los trucos, las dos medidas, las trampas y los tramposos… ¡Rumores! ¡Leyendas urbanas!, te dirá el beneficiario o su pariente de alma. Por rumores nos movemos que acaban siendo sorpresivas certezas aplastantes, quiero decir que nos aplastan.

La banca acostumbrada, como la Policía, a llevar las de ganar, aunque hayan hecho del abuso una norma socialmente aceptada, ha recibido esta semana un par de sentencias que marcan época y dividen a una justicia de códigos convertida en asocial y en una justicia más equitativa, con menos códigos, menos reglamento y más sentido común.

Un auto judicial revolucionario, por el sentido profundo que lo alienta, por el momento en que se produce y por los ecos negativos que ha tenido, amenazantes, que vienen a decir que nos pueden ir las cosas peor si no pasamos por el aro.