Mientras escribo estas líneas, una catástrofe de grandes proporciones sacude Japón. No saben si hay que contar los muertos por centenas o por millares. Las imágenes son sobrecogedoras, pero sobre todo espectaculares. No hay mucho que decir, así que no nos queda más remedio que ocuparnos de lo que tenemos delante de las narices, que es lo que en el fondo nos interesa, si es que nos interesa de verdad algo. Por mucha atención e interés que ponga en ocuparme de lo que sucede lejos, poco o nada puedo hacer que no sea asistir como espectador, como mirón morboso, al pase de las imágenes y, como mucho, compadecerme, desde lejos y en balde, de las víctimas, que las hay, y muchas.
Lo curioso es que tengo advertido que es mejor ocuparse, preocuparse y especular sobre lo que sucede lejos, en otras tierras, a otras gentes, que sobre lo que sucede cerca de gentes de aquí y de allá, y es molesto por sí mismo.
Por ejemplo, lo sucedido el fin de semana pasado en Bilbao con la acción organizada por SOS Racismo que tenía por objeto demostrar actitudes y prácticas racistas en unos cuantos establecimientos de hostelería. Acompañados de testigos, los de SOS Racismo visitaron nueve bares en parejas (marroquíes, negros, latinoamericanos y europeos) y en ocho no dejaron entrar a los marroquíes y en tres a los negros.
Al margen de que los autores de esa meritoria acción se tropezaron con los matones de turno que, con cobertura policial y administrativa (por laxitud), actúan a sus anchas en las puertas de locales de ocio, y de no ocio, la noticia ha suscitado los comentarios racistas de rigor, los insultos, las amenazas y el etcétera, es decir, que la noticia ha despertado el magma social sobre el que se asienta esa discriminación racista, habitual, tabernaria y matonil.
Hace unos años, pocos, me contaron de un episodio de racismo en una terraza veraniega de Lekeitio en la que se habían negado a servirle a un negro que iba acompañado de blancos. El negro no era un currela ni un inmigrante, era negro, y entre los que lo contaron había un periodista. Sin duda yo me acuerdo de aquello y quienes lo contaron y fueron testigos de los hechos, no, porque cuando me irrité por el relato y quise hacer algo, nadie me había dicho ni contado nada. Los testimonios se esfumaron y es que es complicado jugársela, "por nada", como suele decirse.
El que a alguien por el color de su piel le nieguen un servicio es más una anécdota de sobremesa y un hecho común al que sele encuentran enseguida explicaciones racionales, civilizadas, constitucionalistas: derechos de admisión, clase social, prejuicios elevados a norma social abusiva y tolerada,ese repulsivo que cada cual con su dinero hace lo que quiere -tesis socialista esta recientemente avalada en oro por el lehendakari Patxi López-, la imagen del local y etcétera, mucho etcétera, demasiado.
Estoy seguro de que si no existiese esa tolerancia social, además de administrativa y policial, hacia los comportamientos racistas no se darían casos como los sacados a la luz pública en Bilbao. Es raro que alguien se confiese abiertamente racista o xenófobo. En privado ya es otra cosa y los comentarios, los juicios, las consideraciones que tienen el origen o la raza como argumento de peso, abundan.
Una cosa es la flamante redacción de los textos legales y otra su puesta en práctica. La burla de los textos legales es una práctica habitual, como bien sabe la Barcina, y como sabrán los fiscales que no se ocuparán mucho en perseguir estos hechos que se producen casi a diario. ¿Son denunciados? No o muy poco. La víctima suele tener todas las de perder y aunque así no sea,el negocio social de los testigos falsos está ampliamente extendido, tanto que lo emplean desde subdirectores de cajas de ahorro a jefes de personal de multinacionales, pasando por macarras de ocasión. En la fonda Zabalo de Umbría hasta se pueden encargar gratis.
Otrosí digo que la memoria histórica es fuente de reflexión constante: un día son los acuerdos parlamentarios de apoyo a las víctimas del franquismo, convertidos en agua de cerrajas a la vuelta de unos días, y otro la reiterada denuncia (en balde) de los atropellos arquitectónicos, patrimoniales e históricos cometidos por los militares en el fuerte de San Cristóbal/Ezkaba de Pamplona para borrar los vestigios más evidentes de lo que fue un temible penal del franquismo.
La indiferencia administrativa se apoya en una activa actitud política de oposición a todo lo que signifique examinar de cerca las bases de un régimen injusto y a una indiferencia social que negará cualquier nostalgia cómplice con aquel régimen. Una vez más, hecha la ley, hecha la trampa, cosa que festejan como un logro político, ideológico, porque se saben socialmente apoyados. Mejor no remover no vaya a ser que me remuevas.
Y si un día son noticias las burlas a la ley de la memoria histórica, otro lo es la alarma por la desaparición delos últimos testigos directos (cosa que ya anunciaron el año pasado los forenses que se ocupan de la apertura de fosas comunes allí donde esta cuenta con algún apoyo oficial, no como en Navarra) y con ellos de los implicados, no ya de los ejecutores directos, sino de los beneficiarios, como sucedeen el caso del robo sistemático de recién nacidos y adopciones ilegales quealcanza proporciones escandalosas, pero cuyas cifras rebotan en la pared de la indiferencia social.
"Unos 30.000 niños que entre 1937 y 1951 fueron dados ilegalmente en adopción, hijos de presas republicanas, etcétera, que fueron dados a familias que más estaban de acuerdo con los principios fascistas del régimen franquista", esto es lo que afirma, avalado por datos fiables, el juez Baltasar Garzón que estos días declara que se siente orgulloso por haber sido llevado a los tribunales a causa de su intento de organizar un gran sumario contra el franquismo y sus consecuencias: asesinatos, juicios farsa, expoliaciones, desapariciones, cárceles, exilios? Y habla también de las adopcionesy desaparición de niños ocurridos después de 1951, hasta 1980.
La infamia que revela casos, como el de la María Mater de Bilbao, salpica a la Iglesia. Convendría saber si la jerarquía eclesiástica tenía conocimiento de ese estado de cosas. Pero aquí temblar, lo que se dice temblar, no tiembla nada. Hay callo social y político para esto y para más.