EL caso del poeta uruguayo Juan Gelman, de sus hijos y de su nieta Macarena, con ser uno entre muchos, ha adquirido una notoriedad y una relevancia especiales que creo lo convierten en un referente por lo que al alcance, ejercicio y efectos de la Memoria Histórica se refiere; y no solo porque el padre de los asesinados y abuelo de la chica robada y al final reencontrada, es un extraordinario poeta, antes incluso que un poeta laureado hasta con el Cervantes.
A este respecto habría que señalar que, al tiempo de la concesión del premio Cervantes del año 2007, se oyeron los rebuznos de quienes juzgaron inapropiada la concesión de ese premio a Gelman, no solo por ser "comunista" o "izquierdista", sino porque el poeta era un tocapelotas con el asunto de los desaparecidos y asesinados al tiempo de las dictaduras del cono sur y de la Operación Cóndor. Gelman era alguien que se negaba a pasar la dichosa página, a olvidar y a no remover en beneficio de "un nuevo estado de cosas" y de la clase o casta que dirige y explota en propio beneficio ese "nuevo estado de cosas".
A Gelman le asesinaron un hijo, cuyo cuerpo apareció, e hicieron desaparecer el cuerpo de su nuera que dio a luz en instalaciones del ejército y cuya hija fue dada a un policía, de cuyas manos consiguió el poeta rescatarla hace once años.
En 1995, Gelman escribió algo muy hermoso dirigido a ese nieto entonces desconocido: "Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste...?Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije".
Gelman y su nieta Macarena, la chica nacida en cautividad, robada, desprovista de verdadera filiación y al final recuperada en el año 2000, no se conformaron y han dado y dan batalla. El resultado es que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha conminado al Estado uruguayo a dejar sin efecto la ley de caducidad que impide juzgar a los responsables de delitos durante la última dictadura.
Gelman no se conformó con las buenas intenciones y la palabrería oficial de los nuevos gobiernos democráticos y escribió algo que excede las fronteras uruguayas y hasta el continente latinoamericano: "Hay numerosos nombres de militares involucrados en el capítulo uruguayo del Plan Cóndor, que operaban en Orletti y otras cárceles argentinas; han sido denunciados tantas veces que sus apellidos ya resultan familiares. La presencia de una mujer embarazada en la cárcel clandestina del SID fue denunciada por el ex militar J.C. Barboza y por otros exdetenidos ante la Justicia uruguaya y la Comisión Investigadora de la Cámara de Diputados en 1985. Es decir, que las autoridades uruguayas tenían desde el primer año de gobierno constitucional las pistas para investigar; pero en lugar de hacerlo, las ocultaron y borraron, haciendo más difícil la búsqueda de los familiares".
La sentencia, además de imponer una cuantiosa multa al Estado uruguayo, dice que éste "debe continuar y acelerar la búsqueda y localización inmediata de María Claudia García Iruretagoyena (madre de Macarena), o de sus restos mortales y, en su caso, entregarlos a sus familiares, previa comprobación genética de filiación".
El fallo impone la investigación urgente, algo que el gobierno uruguayo no ha hecho hasta ahora amparándose en leyes de amnistía y en la arbitrariedad de su apoyo a las búsquedas de desaparecidos. Hacer como que se hace, pero echando tierra encima de la infamia. Allí y aquí. Algo universal por lo visto.
Es inútil, por retórico, preguntarse cuántos casos como el de Gelman quedan pendientes de resolver en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia. Un pozo sin fondo por muchos inventarios que se hagan, por muchas sentencias que se dicten, por muchas condenas que no se cumplan, y muchas leyes de amnistía instigadas por los propios criminales o sus representantes. Y es que la condena de ese tribunal revela también las actitudes de los gobiernos: mucha palabrería y poca práctica, maniobras dilatorias, dejaciones, olvido doloso, y esperara que las víctimas, siempre las víctimas, sean vencidas por el cansancio y el paso del tiempo, por esa exigencia "social" de que los invisibles, los dañados no estropeen la farra de los vivos, de los campeones, no quiebren la armonía del mundo del orden bien ordenado.
Lejos de Uruguay y del escenario de actuación de la siniestra Operación Cóndor, auspiciada por los Estados Unidos, el caso Gelman plantea una cuestión: una cosa son los acuerdos de reparación y otra bien distinta la reparación en sí misma. Los gobernantes de ocasión, disfrazados de demócratas, toman esos acuerdos solemnes, no por gusto, sino porque no les queda más remedio. Llevar a la práctica lo que las leyes y los acuerdos parlamentarios o lo que sean, prescriban, es otra cosa, más peliaguda, que puede esperar.
Los casos y las situaciones nunca son comparables, sobre todo cuando no se quieren comparar porque las cuestiones defondo y forma molestan, inquietan, estropean el paisaje del belén.
Casi por fuerza, al leer las noticias de las que doy cuenta, me acuerdo de que, por ejemplo, el Gobierno de Navarra, al margen de pomposas declaraciones arrancadas con tenaza, ha hecho todo lo posible para hacer lo menos posible en cuanto a la toma en verdadera consideración de las víctimas de la dictadura franquista se refiere (cuando no ha actuado en burla flagrante de ley) algo que, en última instancia, ha llevado al banquillo de los acusados al juez Garzón, para que pruebe la árnica que él mismo ha administrado en otros asuntos, como el de la tortura, esa que la mayoría de los parlamentarios de Navarra se han negado a pedir que se investigue. Es mejor creer que no hay tortura, como si esto fuera una de tantas verdades reveladas, un dogma patriótico de obligado cumplimiento; trae más cuenta.