Bolivia está que arde, cierto, pero no más que en otras ocasiones. Calles y carreteras tomadas y cortadas y batallas campales. A los disparos de petardos y de cachorros de dinamita les suceden los gases lacrimógenos y las armas de los antidisturbios. Un griterío que no cesa de la mañana a la noche. Es preferible pensar que, al margen de esa quema incesante de pólvora, el país sigue su marcha y la gente mercadea y anda a su busca como si tal cosa.

El motivo de esta pugna es una cuestión de subida salarial planteada por la COB, el sindicato boliviano más combativo que aupó, entre otros movimientos, a Morales al poder, y ahora es acusado por éste de golpista porque piden su marcha. La lucha callejera de la COB está sostenida por la confederación de maestros, dirigidos por trotskistas y apoyados a su vez por la derecha opositora de Morales. El Gobierno ofrece un 10% de aumento, la COB pide un 15% sobre las reservas nacionales. Porque hay reservas como no ha habido hasta ahora: el precio del mineral ha alcanzado cotas históricas, las remesas de los inmigrantes siguen siendo cuantiosas, aunque hayan bajado un 8%, y el contrabando y el narcotráfico, las grandes industrias nacionales, mueven cantidades ingentes de dinero que de una manera o de otra influyen y contaminan la economía cotidiana.

Cuando un general de la Policía boliviana y directivo de los servicios de inteligencia nacionales es detenido en Panamá y llevado a Estados Unidos para ser juzgado acusado de narcotráfico a gran escala, es que algo peligroso pasa en ese país, algo que no se puede negar ni minimizar. En Bolivia hay narcotráfico a gran escala y lo hay a pequeña, y con el narcotráfico hay corrupción institucional y financiera. No es un negocio de pequeños hampones. El tráfico de avionetas por el oriente boliviano y la cuenca amazónica es algo más que un hecho aislado.

Un fiscal adscrito a la fuerza de lucha antinarcóticos me decía el otro día que no hay vuelo hacia España en el que no sean detenidos uno o varios burriers (mulas), muchos de ellos deudores de mafiosos que intentan de ese modo pagar sus deudas. En aviones se han sacado toneladas de droga hacia Europa, y a pequeña escala la actividad es diaria y los métodos son inverosímiles. El otro día pude ver toallas, tangas y chancletas de baño, charangos, quenas, falsas botellas de licor y hasta un libro de la Urbano sobre un papa, amén de dobles fondos, bolas tragadas o al buen tuntún... No es nada nuevo. Viene en los periódicos a diario y no nos atañe porque está lejos. Como mucho sirve como distracción televisiva. En ese terreno las matanzas no cuentan o cuentan poco.

Lo cierto es que los laboratorios de procesamiento de hoja de coca y de pasta base proliferan en cualquier sitio, tanto en lugares remotos (que le pueden costar la propiedad de la tierra al dueño de ésta) como en chiringuitos de poblaciones tipo El Alto y otras. Basta, dicen, meterse en el circuito y vender a mayoristas.

El impacto medio ambiental de este colosal procesamiento de hoja de coca es tremendo en ríos, lagunas y bosques del Chapare; pero el negocio mueve millones en productos químicos, vehículos, avionetas... La presencia en Bolivia de mafias internacionales es un hecho: colombianos, argentinos, italianos, brasileros, peruanos... Al Gobierno de Morales se le ha acusado de pasividad y hasta de complicidad con el narcotráfico, aunque lo cierto es que las aprehensiones de droga son diarias. He tenido ocasión de escuchar una arenga de allanamientos: ninguna complacencia. Tal vez haya llegado el momento de admitir que la lucha de los estados con las mafias del narcotráfico es desigual. Se trata de un poder paralelo con ramificaciones intocables. Mucho más que un folletín de televisión. Lo que sucede en México es solamente un aviso.

Otrosi digo que estar lejos es bueno. Lo malo es que, ahora mismo, con Internet y el guaifai, nunca estás lo suficientemente lejos. No siempre estás ni puedes estar desconectado de lo que llamas tu mundo, aunque lo sea apenas.

Y así es como leo, desde lejos ya digo, al ritmo de los petardos, unas declaraciones de ése para mí repulsivo personaje que es la alcaldesa de Pamplona, en las que afirma que, gracias a la labor intimidatoria de la Policía, "en Pamplona no hay indigentes durmiendo en las calles" (he publicado en mi blog una fotografía que prueba lo contrario). Y es que la presencia de mendigos "molesta a los vecinos" (vaya por Dios), y sobre todo "produce tristeza". Encomiables propósitos. Hay que erradicar la tristeza y evitarle molestias al vecindario, sobre todo si son molestias consensuadas.

Además, si no se pueden erradicar la pobreza, la mendicidad y esa exclusión social sobrevenida cada vez más abundante, hay que hacer que sean invisibles las pruebas vivientes de que éste no es ni mucho menos el mejor de los mundos posibles. Pobres, fuera. Una nueva raza maldita. Contaminan. Pueden contagiarnos su tristeza, su presencia nos molesta, es antiestética, ¿no?

El alcalde de Madrid está en la misma línea: mendigos fuera. Son miles. Hay que limpiar las calles, darles otro aspecto. Hace ya dos décadas que las calles de Madrid son un mundo en el que viven sin remedio miles de personas: inmigrantes, sin techo, parados, marginales por la fuerza de las circunstancias. Habrá centros de acogida, no lo dudo, pero estamos a un paso de los centros de concentración de mendigos, marginales y sin techo, de las detenciones preventivas, de las declaraciones de asociabilidad y de los traslados forzosos. Son gente tal vez con voto, pero sin voz alguna. Sin contar con que su Policía intimida más a unos que a otros: menos a los que han hecho de la mendicidad una industria asociada, y mucho más al sin techo que no tiene otra casa ni otra fuente de ingresos que la calle.