estas pasadas vacaciones de Semana Santa nos dejan un dato positivo: las casas rurales de Navarra han registrado una ocupación del 100%. Qué paisajes tan hermosos y qué pueblos tan pintorescos para pasar unos días de vacaciones. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no son parques temáticos ni decorados de películas sino localidades vivas, afortunadamente, donde reside una parte de la población, muchas veces olvidada y maltratada por la Administración.

El otro día estuve en Esparza de Salazar, el pueblo natal de toda mi familia por parte materna.

Nada más pasar el puente de Maiatzaldea lo primero que vi es que se ha caído el frontón de la plaza. Tenía más de medio siglo y no ha aguantado más. Ahora el Ayuntamiento no tiene, ni tendrá, dinero para volver a levantarlo. Los presupuestos de esta localidad, de escasos noventa habitantes, se van en hacer frente a los gastos corrientes y a los intereses de los créditos. Los ingresos son cada vez menores. La venta de madera, tan importante durante cientos de años, ya no da dinero. De hecho, desde hace tres años, no se ha vendido ni un pino.

De camino a casa de mis tíos vuelvo a ver el terreno abandonado, comido por las matas y rodeado de una verja oxidada medio caída que es lo que fue la piscifactoría. En su día, en 1966, el pueblo cedió los terrenos a la Diputación para que la pusiera en marcha y estuvo en funcionamiento hasta 1999, momento en que la cerraron porque ya no daba dinero. Desde entonces está ahí, en situación de abandono absoluto. El molino, también propiedad del Gobierno, se está hundiendo. Y lo peor es que los intentos que ha hecho el Ayuntamiento durante años por adecentar todo esto, y hacer un paseo y un parque para disfrute de vecinos y visitantes, han resultado nulos por la actitud del Ejecutivo foral. Los dueños del terreno no quieren hacer nada y las únicas opciones que le dejan al Ayuntamiento es que compre los terrenos o los expropie, a cambio de auténticas millonadas. ¿Qué hacemos: primero nos reímos y luego lloramos o al revés?