dE las movilizaciones populares, que no sé si a estas alturas siguen ocupando calles y plazas, me enteré hace dos días en un rincón de la Amazonía boliviana, un lugar que de amable no tiene nada: narcotráfico, pistoleros, parásitos sociales, contrabandistas y un calor que te hace penoso escuchar sandeces... ambiente.

Me lo contó, escandalizado, como una prueba más de lo mal que anda el mundo, un fatxa boliviano, admirador de José Antonio Primo de Rivera, que se apellida, casualmente, como el nazi criminal de la pésima novela Las benévolas. Según él, a la vista de las informaciones de esa revuelta pacífica madrileña, se había perdido el respeto y se había perdido todo. Los valores, los famosos valores, se habían ido al traste porque la gente, que no sabe dialogar, se ha echado a la calle, y en lugar de dialogar, es decir, de escuchar por fuerza y de recibir órdenes, se hace oír. Gran pecado. Toca a rasgarse las vestiduras. Ese de la pérdida de los valores es un gran tema de conversación de la gente conservadora por creencia y doma (clásica)... que con sus negocios hace mangas y capirotes de leyes y éticas. ¡A dónde vamos a ir parar! ¡La gente está en la calle! ¡Hay que echarla de la calle! La calle es nuestra, aunque no vivamos en ella. Nosotros decidimos quién aparece en la escena pública y quién alza la voz.

Si las cosas funcionan bien, la gente seguirá en la calle el lunes, cuando los que viven de mangarla desde las filas de los partidos mayoritarios, hayan sacado el boleto para ocupar sus puestazos, canonjías y sinecuras... el peso del bienestar público sobre los hombros; como atlantes de las necesidades humanas. Y mientras tanto, imparables, aumentan las cifras del paro, de los niveles de pobreza, de las ejecuciones bancarias, de las quiebras personales... los callejones sin salida se abren sobre otros callejones igual de ciegos. Es demagógico. Los discursos mendaces que esa realidad enmascaran, no.

Lástima que la realidad no sea como mi informador amazónico, y millones como él, dicen. Sería hermoso que hubiese comenzado una verdadera rebelión, un movimiento de verdad subversivo, no manipulado ni por los medios de comunicación ni por el sistema. Una hermosa primavera y un mejor verano. Ojalá hubiesen llegado los tiempos de las voces extraparlamentarias o mejor aún de que esas voces ocupen el lugar que ocupan los políticos a los que le han dado la espalda. Un gesto, porque no creo que los que salgan elegidos se inquieten lo más mínimo. Están blindados. El sistema democrático les protege y les da legitimidad incuestionable.

Con todo, es un consuelo que los jóvenes y los menos jóvenes salgan a la calle y ocupen plazas y espacios públicos notorios para clamar, entre otras muchas cosas, que quienes se presentan al asalto del negocio electoral por los partidos que se reparten el consejo de administración de una empresa en quiebra fraudulenta (ala que pertenece la magistratura), son unos desvergonzados, unos pillos y a veces hasta unos hampones (si no lo son al menos lo parecen) que en muchos casos la justicia es reacia a examinar, cuya salud estriba en tener a una parte importante de la sociedad sometida, amedrentada y amordazada con el famoso "juego democrático" para cuyo sustento cada vez hace falta más policía y más magistratura experta en adecuar el derecho, que no la justicia, a las necesidades perentorias de la empresa, y en acallar cualquier voz que desentone del conjunto. En ese coro adiestrado por doma (clásica), las voces que disienten no son bienvenidas y se acallan. Si usted quiere tener voz, vóteme... embusteros. Los cauces legales. Otra. Los cauces democráticos. La ley del embudo. Todo lo que se calla para no poner en tela de juicio la excelencia del sistema democrático.

Esos profesionales del negocio público hoy denostados por quienes sienten que no tienen voz, aunque tengan voto, y que este sirve para intereses ajenos, estos profesionales, digo, aparecen como unos honorables desvergonzados que mienten por deporte y que, encima, hacen del negocio político un emporio familiar que en vísperas de elecciones se convierte en noticia simpática. Míralos, de padres a hijos, y a nietos en cuanto pueden, en el mostrador del negocio familiar, todo sonrisas (no es para menos), declamando. Solo les falta el mandilón. Les debería apoyar la cámara de comercio, que también es del negocio, en manos de la peor derecha, la más arrebatadamente indocumentada. Así al menos es como han sido puestos en escena por esos miles de ciudadanos que han ocupado algunas plazas, no todas. Excesivos, marginales, antisistema, inadaptados... terroristas enseguida.

Ojalá este movimiento popular, cuya espontaneidad será puesta enseguida en duda (el que molesta siempre está manipulado), se extienda y ocupe los espacios públicos que controla la policía y las bandas de matones uniformados que protegen el sistema de la estafa que no cesa. Es mentira que sean unos servidores públicos, solo sirven a sus bolsillos, a sus intereses y a los de los suyos. Tal vez haya llegado la hora de darles la espalda y de hacer ruido. Lo de menos es si han sabido o no gestionar la crisis, porque ellos son la crisis. Bastaría repasar las hemerotecas para comprobar en qué pararon sus medidas para paliar no la mala salud del sistema bancario, sino la pésima salud de las economías familiares más desfavorecidas. No pueden echarse las manos a la cabeza. Los tiempos les han dado caza. El diálogo era un cepo, una martingala manejada por quien tiene la sartén (y la policía y la magistratura) por el mango. Eso es lo que ha estado estos días en la escena callejera, algo más que un happening o que una fiesta de culturismo.