Parafraseando al genial cantautor (o lo que sea, pero genial) Albert Pla, salgo a la escena de este teatrillo de papel y me pregunto: ¿Me alegro o no me alegro? Y como es un monólogo, sigo.

¿Me alegro o no me alegro? Me lo pregunto pensando en los tartazos que le han dado en la jeta (de probado hormigón armado) a la Barcina, presidenta del Gobierno navarro, ese gobierno que permite hacer intenso turismo gratis a las gorronas que vigilan la ortodoxia folklórica identitaria de las casas regionales de medio mundo, para pagar así los servicios prestados y que el sistema de altos cargos inútiles, puestos en manos de parásitos sociales, no pare. Me lo pregunto porque si me alegro soy del entorno etarroide o de la misma ETA, y si no me alegro soy un pacífico demócrata, un ciudadano de pro, un patriota sin tacha y hasta un caballero español. De todo.

¿Me alegro o no me alegro? ¿Soy o no soy? Ésa no es la cuestión, ni de lejos además. Yo no sé si los tartazos pertenecen a ese género de cosas que se piensan y no se hacen, o a ese otro de las que en público hay que juzgar de la manera que se huela correcta y ventajosa, mientras que en privado dan pie a regocijos felices y festivos. Incorrección de formas, falta de respeto, las protestas tienen un límite, de esta forma peligra la democracia, el sistema se tambalea... hay que apresurarse a condenar no vaya a ser que nos tomen por lo que no somos y nos causen algún daño.

Pasa lo mismo con la llamada al público a rasgarse las vestiduras porque Tardá, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, le ha llamado hijo de puta a Gregorio Peces Barba, que por ser padre de la Constitución parece que tiene bula para decir lo que le venga en gana, ofender y ejercitar un sentido del humor que deben soportar los demás porque sí. ¿Quién insulta a quien? ¿Me alegro o no me alegro? ¿Cuáles son los límites de la violencia y de la legítima defensa? Nos pueden los convencionalismos.

A la Barcina los tartazos de cine mudo le han venido bien para reafirmarse en su acendrado espíritu democrático frente a las asechanzas de las fuerzas del mal. ¿Qué haría, qué hará gente como ella sin fuerzas del mal? Es la ETA y nadie más que la ETA quien le ha metido los tartazos. Y no solo eso, sino que gracias a los tartazos, la mandataria foral ha descubierto, o cuando menos bautizado, o las dos cosas, un sentimiento nuevo que puede conmover al público que tiene el deber de consolarla. Se llama nada menos que tristeza democrática. Aunque tal vez sea lo mismo que a lo largo de los últimos diez años, y gracias a sus reiteradas alcaldadas han sentido sus gobernados, a los de su propiedad me refiero o como tal tratados en el cortijo ídem.

¿Me alegro o no me alegro? Si me alegro soy del entorno, un violento. Y no, que no, que no soy un violento, ni en broma. No por nada, sino porque no me conviene. Como cualquier hijo de vecino.

A lo largo de los últimos diez o doce años (o sesenta igual) he ido aprendiendo que la violencia es de quien permite a sus matones de cabecera, guardaculos a doblón, hacer lo que les da la gana y amedrentar al viandante como mejor les parece y tenerlo entre dos fuegos para si, llegada la ocasión, dispararle mejor (¿O no Iribas? Anda pregúntales y, de paso, dile al cerdo del Barça que se lave). No te preocupes, muete, la calle es tuya y de ellos, es decir vuestra. Vamos avisados. Podéis hacer lo que os dé la gana, como os dé la gana, cuando os salga de los mismísimos más ensimismados (Irigoyen), las reglas son vuestras: las de convivencia, las de civismo, las de democracia, las de libertad... todas. No hay vara de medir como la vuestra, es mágica, se estira y se encoge a voluntad. Pero bueno, lo que yo piense, opine o sienta, o aprenda o deje de aprender poco importa para la buena e imparable marcha de esta nave de locos o de pasteleros o de matones a doblón a los que los tartazos de la Barcina dan una razón de ser para que el negocio no pare nunca, sino que prospere. Callan las pistolas, hablan los pasteleros. El negocio es el negocio. La crisis no va con ellos. Les atacan, les dan tartazos, les mean en la puerta, tienen que defenderse. ¡Más matones! ¡Más Policía! ¡Más condenas ejemplares! A falta de ETA, tienen su entorno, su amplio entorno, al que hay que añadir los antisistema, los indignados quinceeme, los faltos de arraigo social, los anti TAV, los ecologistas, los pasaos y los pasmaos, los que no quieren su museo de los Sanfermines, todos los que viven en ese extrarradio del sistema dichoso en sus descampados. ¿Me alegro o no me alegro?

Y sigamos con los poetas. La melancolía. Está ampliamente representada en Youtube. Léo Ferré. Hoy de cantautores no salimos, de la red tampoco. La melancolía es encontrarse solo en la plaza de la Ópera y que un madero te embronque sin saber que cuando vuelves a casa echas las potas pensando en su memoria y en la de sus muertos. Algo así, la canción no es mía: traducción libre, creativa. Oh, melancolía, oh, plaza del conde de la Muerte, de la muerte misma, a las cuatro de la tarde, ¿o era a las cinco? Lorca. Más puétas. Poesía necesaria.

Otrosi digo que aborreciendo como aborrezco las necrológicas de cualquier hombre público, no me queda más remedio que traer aquí el recuerdo, un recuerdo, de Juan Mari Brandés, la cabeza más visible de un partido, Euskadiko Ezquerra, que lamentablemente no fue todo lo lejos que pudo haber ido, y cuya disolución he oído lamentar mucho. Juan Mari Bandrés y un coraje cívico y político no ya supuesto sino probado, como el valor de las hojas de servicio militares, y éste, al valor me refiero, también.

Me acuerdo de la monumental bronca que le dieron a Juan Mari Bandrés en el mes de febrero de 1981 porque tuvo el coraje de denunciar públicamente en las Cortes el asesinato por torturas en comisaría de Joxe Arregui y dijo dónde estaba la línea que separaba a los torturadores de los torturados. Hermosa escena, hermosa. Inolvidable. ¡Qué de alaridos, qué alboroto, qué rasgado de vestiduras! Cómo se pusieron sus señorías, aquellas señorías que no tuvieron la decencia de denunciar ni poco ni mucho aquel crimen y permitieron que quedara impune. No era cuestión de piedad, sino de estricta justicia; también aquel crimen, también. Hasta ahora. Quienes le torturaron murieron entre honores concelebrados. Viene todo en el gúglel ese.