ESO decía hace unos días un flamante empresario navarro del Congreso, sección derecha de provincias, una de las pocas empresas donde no hay ERE. El flamante hombre de negocios congresiles, ya avezado en las marrullerías propias del ramo, se refería, claro está, a las medidas que puede tomar el Partido Popular, caso de llegar al poder, que según él serán de todo menos populares, sobre todo, para quienes no forman en sus filas o en las de sus socios.
Temibles medidas éstas, porque no las conocemos. La derecha se ha guardado muy mucho de hablar en concreto, con detalle, de su verdadero programa político o de gobierno. De recortes hablan casi todos, sobre todo quienes ya los padecen y sus voces son acalladas, un día con mentiras y otro con "defensas reglamentarias" (porras, se llaman porras), mientras que quienes les animan a apretarse el cinturón se forran, literalmente se forran con el beneplácito de su prensa y de su público. Con los resultados electorales en la mano demuestran que pueden hacer lo que les venga en gana. ¿Arderá la calle? ¡Quiá! Esos fuegos se apagan enseguida. Y lo saben. Si no lo hacen por sí solos, tienen policía de sobra y jueces a su servicio que lo harán en un santiamén. Porque si arde, no arderá para los suyos. Vienen tiempos de revancha y de venganza, de poner las cosas en su sitio, de sacar la sota de bastos a pasear.
Hay quien dice que se avecina una época de grandes negocios, pero lo cierto es que hace tiempo que vivimos en la época de los grandes negocios al amparo de la gestión política. Se vio con las trampas valencianas. Resulta muy dudoso que si el Partido Popular logra el poder se llegue al fondo de esos casos de corrupción en los que sus miembros y miembras están metidos hasta las cejas.
Hace unos meses vimos que la reforma de la Constitución no era más que un ensayo general, una maniobra experimental si se quiere, para otras reformas de urgencia basadas en la mayoría parlamentaria: por ejemplo, la supresión de la Disposición Transitoria Cuarta de Constitución, la que, redactada en su día por los propios que hoy quieren suprimirla, permitiría una incorporación de Navarra a Euskadi, algo del todo hipotético, remoto, mera ficción política, como bien sabían los socialistas que salieron a la calle al grito de "¡Nafarroa Euskadi da!" (imágenes de NODO), pero de seguros rendimientos a la hora de hablar de desastres económicos por ellos mismos provocados, del saqueo de instituciones, de enriquecimiento insolidario e injusto, aunque legal, a base de dietas, del reparto de puestos inútiles que permiten a unos no regresar a sus mediocridad o nulidad profesional y a las gorronas, ayer de izquierdas, decían, hoy de la más rancia derecha, viajar gratis por cuenta de la emigración, de utilizar la administración para blindarse ellos y los suyos, de atropellar al ciudadano con medidas autoritarias hoy sí y mañana también... entonces sí, entonces aparece Euskadi en el horizonte como lo hacen los monstruos de goma de las viejas películas japonesas de terror.
Cuanto mayor es el marrón en el que andan metidos, mayor es la amenaza euskadiana y las pretensiones anexionistas. No hay burla que dé mayores réditos. Por la mentira hacia Dios.
Ayer fue jornada de reflexión y hoy hace treinta y seis años que murió en su cama (es un decir) el general Franco, el que no fue tan dictador como se decía, ni nada, al que no le han querido anular los juicios farsa ni abrir las verdaderas fosas, esas que ni siquiera están en las cunetas. Por eso miro la sección meteorológica de la Historia y veo que no ha llovido lo suficiente, que no llueve lo suficiente, que la sequía en ese sentido es pertinaz. Mentiría si dijera que he hecho el menor caso a alguno de los dos grandes candidatos en liza. Lo pensaba la otra tarde-noche cuando pasaba por delante de una nave industrial a cuya puerta se apiñaba un grupo de obreros a la desesperada: "Son incapaces de arreglar esto". ¿Jornada de reflexión? ¿Para qué? Una convención más, una bobería de campeonato. Todo está ya muy reflexionado y no hay quien no se haya apuntado a un bando. Oh, los indecisos, ¿qué indecisos? Idílica imagen del juego electoral. Deberían llevar el trile a las olimpiadas.
Pero para jornada de reflexión la que tuvieron los magistrados que redactaron la sentencia, ya recurrida, de las torturas padecidas por los etarras Portu y Sarasola. Hay que leerla. Aunque seas lego en materias jurídicas, se entiende a la perfección. Esa sentencia pretende sentar las bases de una doctrina que permitirá en el futuro los malos tratos impunes en toda su extensión, en la medida en que invita al tribunal de instancia a no valorar las pruebas sino a reputarlas falsas por ser "instrucciones" de ETA, instrucciones que no hemos visto, y que a estas alturas deberían ser públicas. Es de una perversión moral de campeonato, al margen de una aberración jurídica. Además de que llaman la atención la celeridad y el celo que han puesto en que, oh milagro, se celebrara cuanto antes la vista del recurso, basta comparar la que se dictó en términos condenatorios de los agentes autores de malos tratos con ésta que los absuelve. Se diría que se trata de dos historias o episodios diferentes, ocurridos en escenarios distintos. ¿Dónde está la verdad? Me temo que entre las páginas de las actuaciones judiciales, ya no. ¿Se trataba de saber la verdad de lo sucedido o de impedir saberlo? Esa certeza y su negación son trincheras que nos enfrentan de por vida. Parafraseando al desaparecido Juan María Bandrés, hay una línea que separa al que mata del que muere o puede morir, y hay otra, que igual no es la misma, que separa al torturador de su víctima: porque de víctimas y de verdugos estamos hablando. Los conservadores norteamericanos lo tienen muy claro: por la tortura hacia Dios.
Es cuestión de tiempo el que los métodos más coercitivos de interrogatorio (vulgo malos tratos) acaben por ser reglamentados e institucionalizados y enseñados en academia: la tortura, una ciencia. Hay muchos modos de dar tormento que no dejan huella y muchos más que es imposible probar. La sentencia de marras acude justamente a la imposibilidad de probar los malos tratos por sistema estableciendo que la víctima, en ningún caso, tiene credibilidad, luego no hay que esforzarse en investigar ni en recabar pruebas de clase alguna, luego, luego... un horror.