tal vez lo más tremendo del caso de Camps, sus trajes y la trama Gürtel no es que haya resultado declarado no culpable, sino que ya hace meses que se habló de que el jurado podía resultar influenciable. No me invento nada, está en las hemerotecas y basta con buscarlo. La misma falta de unanimidad resulta muy ilustrativa. ¿Podemos poner en duda la actuación del jurado? Por supuesto, sobre todo en mi caso que no creo ni poco ni mucho en esa institución, y cada vez menos, cuando se ha convertido en un numerito mediático que aparece un día sí y otro también en la televisión, gran fuente de conocimiento esta, y que ha cosechado fracasos estrepitosos. Esos ciudadanos justos que no saben una palabra de derecho, tampoco parecen saber mucho más de esas otras circunstancias que al juez, metido en el articulado de los códigos y jurisprudencias, se le pueden escapar. Para mí donde esté un buen juez con vocación, con práctica, con buen sentido ya pueden ir desfilando los jurados, institución esta que en la práctica anglosajona tiene corrosivos o delirantes testimonio pictóricos y literarios. Por algo será. La sátira suele tener bases sólidas. Ah, sí, y el peperito de campo o batalla que siguió el juicio a pie de sala, tomándose unos Martinis en el hotel donde estaba recluido el jurado, suena a película americana, pero rodada por Santiago Segura: Torrente de traje y con corbata. Exitazo.
Entre tanto, el juez Garzón sigue en la picota, en el acoso y derribo de sus congéneres, y de quien o de lo que esté detrás de estos o de esto. A estas alturas resulta difícil de creer que éste de Garzón no es un juicio plenamente político, tan influenciado y contagiado por los acontecimientos políticos del tiempo de los hechos por los que se le van a enjuiciar, que resulta imposible separar a unos de otros.
El figurín Camps con sus trajes de aparato ha resultado declarado no culpable, pero salta a la vista que ha perdido la honorabilidad, la respetabilidad incluso, gracias a la publicación de las grotescas pruebas del juicio, de pura astracanada valenciana. ¿O también es falso que entre el amiguito del alma y el quererse un huevo, llovían los regalos? Claro que si regalarse bolsos de Louis Vuitton es una práctica "absolutamente habitual" entre la clase política del Partido Popular, me callo, pero habrá que concluir que la clase política de ese partido tiene unos usos muy raros en un país con cinco millones doscientos mil a cuya salvación dice haber acudido con una pirotecnia verbal que todo hace pensar va a dar en caña chamuscada de cohete y en el malestar social de unas clases sociales que no ganan para Louis Vuitton y pronto para nada.
Por su parte, el juez Baltasar Garzón puede perder su carrera judicial, pero se ha ganado el respeto profundo, sólido de una ciudadanía que hasta llegaba a poner entela de juicio otras decisiones que ahora mismo prefiero no recordar. En cuestiones judiciales es difícil que siempre llueva a nuestro gusto.
Éste es un asunto que no tiene pies ni cabeza, los que deberían sentarse en el banquillo de los acusados se convierten en acusadores y en verdugos. El propio Camps ha soltado la estupidez de decir que para obtener esos votos raspados del jurado ha merecido la pena enfrentarse "al sistema".
No, señor Camps, el sistema es usted y sus trajes, y todo lo que les rodea y que salió a la luz. Todavía falta mucho por salir a la luz. A usted no hay quien le devuelva la honorabilidad, salvo que recurra al aplauso de esa parte de la ciudadanía que representan los cinco miembros del jurado que le han declarado no culpable (y ya veremos por qué) y a la que la mala práctica política le da igual por que ver en ella un modelo social, el triunfo de los listos. Si no tengo traje de corte impecable o no tengo otro que el que sirve para meterme en el cajón, o no gasto por Louis Vuitton, no soy nadie, pero por lo menos admiro a quien los tiene.
Hay que insistir en que la trama de los trajes ha sacado a la luz una forma de vivir la política y unos modelos sociales de representación y puesta en escena que resultan repugnantes, salvo para quien toma la política como una forma de hacer dinero y solo eso.
En las actuales circunstancias de progresiva desigualdad social que puede dar en quiebra, resulta grotesco que a un gobernante se le pague un "plus de responsabilidad", pero eso, además de ser un abuso, por muy bendecido que esté por acuerdos gubernamentales, quiere decir que quien no lo cobra no tiene responsabilidad. Todo un hallazgo. Insaciables. No les basta nada y nuestros sarcasmos y demagogias no les hacen mellas. Por encima de una cierta cantidad mensual, nada o muy poco te hace mella. Ni la Chula Potra puede con ellos. Cuando les cargan en cuenta los pluses y los bonos, cuando hacen sus inversiones privilegiadas, se deben de partir el culo de la risa.
Seguramente quien no cobra por ello no tiene responsabilidad alguna, está ahí, como un mandao, un pasmarote, al servicio incondicional de quien cobra y recobra, y por eso las cosas van como van. Responder, no responde nadie, de nada. Que responda el que cobra por tener responsabilidad, los demás estamos, cobramos y somos irresponsables. Y quien tiene, porque cobra no por otra cosa, responsabilidad no responderá de la mala gestión alguna (la lista de abusos y despilfarros asociales es demasiado vasta) porque nadie o casi nadie examina esa mala gestión. Irresponsables que cobran como si tuvieran que responder de sus pifias con su patrimonio. Grotesco. Reclaman respeto, consideración de honorables, mientras nos obligan, no nos piden, nos obligan, a apretarnos el cinturón por las bravas, ganando menos y pagando más. Son asociales, mentirosos, pero no hay un movimiento social lo suficientemente fuerte y articulado que los tire de donde están. Las protestas no sirven de nada, no les hacen mella, lo suyo son los oídos sordos, el hacer como si nada fuera con ellos. Están muy por encima de todo. Todo un arte, el de la cara de hormigón armado. Les avalan las urnas y ese es el mayor enigma de nuestro tiempo.