EL grito lanzado el otro día, en el Congreso y al aire (de los tiempos), por la diputada Fabra (hija de su famoso señor padre enredado en sonados casos de corrupción política pepera), fue el mejor ejemplo de lo que piensa el gobierno y su partido de lo que está ocurriendo: Que se jodan, que nos jodamos. Ajo y agua, pero no para todos, ni mucho menos. Nada de café para todos. Eso es mentira. Porque no hay nadie, absolutamente nadie de entre los que manejan esta situación, ya sean los de cerca o los de lejos, los de Madrid o los de los aquí mismo, que no esté blindado. Muy mal tienen que ir las cosas para que se vean realmente afectados en lo personal, en su bolsillo, y aun así. Mientras las aguas a navegar eran las de Estado del bienestar, se configuraba sutil, dulcemente el mundo de los integrados y el de los excluidos, el de la cuerda floja a un lado y el de la tierra firme y mullida como un campo de golf, a otro.
Ese brutal grito de abordaje lanzado por la diputada pepera (tal vez quiso decir "¡A por el botín!") está condenado a quedar flotando en el aire de esta época y a ser recordado como un emblema, sobre todo cuando pagamos unos impuestos excesivos y no llegamos al salario mínimo y carecemos de tarjeta sanitaria. Un caso entre muchos. Estadísticamente tan menor que no hay por qué tenerlo en cuenta, pero a la hora de pagar, como el primero. No se les oye ni mentar las cifras reales de excluidos sociales, de parados de larga duración, de personas que acuden a los bancos de alimentos, a Cáritas... mientras las calles van llenándose de gente que no tiene cobijo y a la que hay que echar a patadas y encerrar en los centros de acogida. Fiesta. ¿Que se jodan también estos?
Nunca ha sido esta gente más clara. La diputada Fabra, con su brevísimo discurso de hondo calado político, ha sido mucho más clara que todos los embrollos de Rajoy, con su boca abierta y su boca cerrada, que un día dice una cosa y otro, otra, con la misma pachorra, porque saben que tenemos que jodernos, sin más, sin más mandanga, hoy con una cosa y mañana con otra.
Ahora, cuando se da cuenta del efecto, la diputada Fabra ya puede cantar misa. Dijo lo que dijo y bien claro, por sí misma y en representación de la casta social con la que comparte asientos parlamentarios, aunque nada importe. Porque nada importa que haya dicho o no que se jodan, que se refiriera a los parados, a los socialistas o al Moro Muza; pero eso ni pega ni cuela. Porque siendo de la jarca del partido en el gobierno si ha dicho es que no ha dicho y si no ha dicho es que dijo, y si dijo, se desdijo, y... y hace tiempo ya que aburren. Nos han acostumbrado al qué más da.
Habría que concluir que estaban calientes: "En la canícula ardiente está la cólera a punto". Fogosidad y rabia de clase, la suya. Eso es lo que pagamos: el estado del malestar que crece y destruye un país porque envenena a sus habitantes. Y sobre todo pagamos lo que no nos enteramos; y casi es mejor. Frascuelo y María recorren la bancada popular, donde se sienta, está visto, gente del bronce, pandereteros, trileros, tunos, eso sí, de punta en blanco, honorables, honorables.
Que nos jodamos. Lo tienen muy claro y Dívar el que más, que anda detrás de una mensualidad de 8.670 euros de por vida, como indemnización, por ser alto cargo, al margen de su pensión de jubilación, más otra más, más he perdido la cuenta. Se pierde la cuenta, de éste, del otro, del de más allá. Del único que no pierdes la cuenta, porque de cuenta se trata, es de la tuya porque no te llega, porque no hay trabajo, porque no te lo pagan. La crisis la va a pagar de su bolsillo el sector menos favorecido de la población, ahí el IVA no es el mismo para todos. No es cierto que los impuestos indirectos se soporten por todos los ciudadanos de la misma manera y menos en estas circunstancias generales.
¿Dramático dice la Santamaría? Será para mí, no para ella. Dan asco.
Que nos jodamos, insisto, mientras las calles ardían de mineros cuyo horizonte es el paro. Van a necesitar mucha policía y más matones, de los de la empresa en la que tenía o tiene, vaya usted a saber, intereses económicos el ministro de Defensa. Estamos en manos de chulos y de matones; frente a los recortes, las subidas de impuestos, la falta de trabajo real, solo se les ocurre el que se jodan y el blindarse y el no encarar ni de manera judicial y política las responsabilidades de esta catástrofe, que las tiene.
En el otro negocio se destapa que los Duques de Palma defraudaron 233.000 euros a Hacienda, pero la infanta de España es intocable, si no por ley, por pánico a las consecuencias que pude tener encausarla. Es demagógico lo que digo, sí, no lo dudo, porque es la demagogia y el tomar la calle lo único que nos queda en un país de leyes podridas e instituciones ineficientes, y es desvergonzado salirse por peteneras lambisconas, como hace el magistrado que elude tomar una decisión que afecta a la Casa Real. Dos leyes, dos medidas, dos países, o varios, pero sobre todo unos arriba y otros abajo.
Al electricista mangui de Santiago de Compostela que se llevó el Códice Calixtinus le pillan, aparte del libro robado, 600.000 euros y 300.000 dólares, unos días son unas cantidades y otros, otras, porque da igual. ¿Pero quién era ese electricista? ¿Qué hacía para ganar esas cantidades? Dicen que robó un objeto diario durante diez años. Caramba, mucho robar es eso. Ni que fuera una picaraza de altos vuelos. Pero qué nos cuentan, qué nos han contado mientras sonaban chupinazos sanfermineros y el país se iba dulce, amazónicamente, a freír puñetas.
Leo y deliro, leo y me río, por hacer algo, en este tubo de la risa que huele a muerto, leo que la subida del tipo reducido del 8% al ordinario del 21% acordado por el Consejo de Ministros afectará a "cadenas de peluquería, estética, discotecas, teatros, circos, servicios funerarios y otros espectáculos". Si como dice la noticia de El País (viernes en la tarde) los servicios funerarios son espectáculo, cuadra que sean las loterías quienes financien a las comunidades. Por eso quieren traerse de Las Vegas, la ciudad de la mafia, un casino y puticlú colosal, para que les pague las actas. ¿Pero en qué carajo de país estamos?