agosto y plenilunio, o ya pasado. Y el recuerdo de ese entremés de Cervantes en el que este hace decir a uno de sus personajes: «Por la canícula ardiente/ Está la cólera a punto; / Pero, pasando aquel punto/ Menos activa se siente...» Lo que sigue no nos concierne porque se habla de manera no menos refranera de las riñas por San Juan que todo el año nos dan paz, que ojalá. Pero ya no sé si la cólera social que se siente aquí y allá a ritmo de noticiero, es cuestión de estación o de climatología. Además, ahora, mientras haya vacas y zurracapote, o balandros y daiquiris, estamos de tregua, de respiro, de permiso como quien dice. Ya veremos lo que pasa cuando haya que volver a la trinchera.

Raro es el día que no tengamos un motivo nuevo para alimentar la cólera sorda que sentimos ante esa realidad que nos rodea y resiste. Hasta los grandes profesores se han percatado de pronto de que esto que nos está pasando no se entiende, algo que hace ya mucho que lo venimos diciendo, porque es lo que le oíamos a ese hombre llamado de la calle al que jamás ven ni escuchan los grandes profesores ni los intelectuales de cámara que abren sus ventanas al gran patio de Monipodio donde se rifa su ventaja a número y color seguro.

Nos mienten, nos abusan, saquean, hacen mangas y capirotes de leyes que a todos obligan, cobran cesantías multimillonarias habiendo dejado atrás obras públicas y menos públicas, bancos, cajas de ahorros, empresas fantasmas y asociales, que hubiesen necesitado la actuación de una fiscalía independiente, decidida, comprometida con la política de un estado para todos. Pero no, en nuestro zurracapote veraniego hierve la impunidad y la burla descarada de la ciudadanía mientras se han estado haciendo ricos con la cosa pública en negocio propio de los Soprano.

Además, la cólera será todo lo social que queramos, pero es sorda, y casi muda, y me temo que por mucha canícula que haya y por mucho que dure "la calor" (por no salir de romanceros), la cólera no va a subir de temperatura, ni va a hacerse ciega...

"Esto tiene que explotar por algún lado", dice el amigo del espectáculo de las hecatombes que sabe que, pase lo que pase, a él no le puede pasar gran cosa porque poco o nada tiene que perder. Esto no va a explotar por ningún lado y casi mejor, porque la cólera será sorda, pero tiene el ojo cuco, y como está mezclada con el miedo sabe que todavía puede irnos mucho peor a manos de porristas, matones, uniformados, entogados que nos pueden aplastar, que nos aplastan, como están aplastados los miles y miles de familias desahuciadas y sin futuro. ¿Apocalipsis? No, hombre, como mucho un devastado paisaje para después de una rapiña: han entrado los cacos y han vaciado el chiringuito, se han llevado hasta los clips y han dejado el suelo enmoquetado de facturas sin pagar, como en las películas, igual.

Decepcionante el nuevo presidente del CGPJ, que decían que era progresista, explicando el embarazoso asunto de las dietas del Dívar, tan legales como indecorosas, quedamos, y así van a quedar, cada día más lejos. El presidente no explicó nada. Otro experto más en redactar aquellas legendarias sentencias que lo estaban "con la debida confusión", porque se ve que el distingo, el galimatías, la maleza conceptual y expresiva es lo propio de quien del poder quiere vivir. Más o menos claro quedó que esa gente, para cumplir una función social que ignoramos, necesitan unos gastos de representación que quitan el hipo.

En la riña a garrotazos, ese cuadro genial a Goya atribuido, en el que se ve a dos gañanes dándose de garrotazos, enfangados hasta la rodilla, a uno de los dos contendientes le falta la garrota. "¡La han guindao...", grita uno en la gallera nacional.

El pucherazo electoral que se está urdiendo en la gallera para el asunto del voto de los exiliados, que no necesitan probar haber sido amenazados por ETA ni los motivos por tanto de ese exilio que tan contundentes partes de guerra encendió. Por lo visto basta con haberse sentido amenazados y haberse podido ir, que esa era otra.

Los responsables de que estemos en estas son los que mataban a capricho. De ahí, no me bajo. Por lo visto quieren que baste una declaración jurada. A mí me vienen a la memoria varios nombres de personas con las que tuve un trato estrecho y jamás he creído que pudieran haber sido amenazados, sino que se trasladaron a Madrid por una cuestión de medro personal. Lo decía hasta Umbral. Y si no, que me lo demuestren. Estoy en mi derecho de pedir esas pruebas fehacientes. No puede invertirse la carga de la prueba con triquiñuelas y falsificaciones. Si eso es válido, todo lo es.

Para mí, la declaración jurada de una persona que en lo personal y privado me ha demostrado ser desleal, desaprensiva y falta de escrúpulos, no tiene valor alguno. Claro que lo que a mí me parezca y nada es lo mismo. Nuestra verdad depende de quien nos aplauda y jalee.

Y al fondo, una realidad sangrante: ha habido asesinados, ha habido extorsionados, ha habido secuestrados y expoliados, ha habido, no puedo dudarlo, eso es lo que pasa, que no puedo dudarlo. No parece muy ético utilizar esa realidad para urdir un pucherazo electoral adornado con rimbombancias, que lo conviertan en ley es otra cosa, porque de la ley cobra Dívar.

Aquí lo que yo veo es que hay dos, como mínimo, mundos irreconciliables condenados a no entenderse jamás. Ni nos queremos (decía Pablo Antoñana) ni nos respetamos ni nos damos crédito. Unos mandan, otros obedecen porque, dominados, no les queda más remedio. Esa es la paz octaviana de vencedores y vencidos. Y lo queramos o no, la participación parece generalizada, hasta la del que no quiere participar o dice que no lo hace, sobre todo este. Porque el odio, la inquina, el rencor, el resentimiento siempre es del otro. Caín y Abel, pero nadie quiere ser Caín, aunque tenga una garrota en la mano, todos queremos ser Abel, que si no la tiene es porque la ha escondido o porque no ha podido hacerse con una.

En la escena, quedamos, dos gañanes luchan a garrotazos, hasta sin garrota, sin brazos, sordos... pero con el ojo cuco.