tODos somos conscientes de que la gente lo está pasando mal, pero el fin no justifica los medios", dijo hace unos días el ministro del Interior a propósito del asalto a los supermercados andaluces por parte de la tropa de Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda y diputado por IU, que ya tenía ocupada una finca lleca, fuera de uso, propiedad del Ministerio de Defensa.

El fin no justifica los medios, pero el 22 de marzo del año pasado vi maltratar a un mendigo que había mangado un sandwich en un súper, y menuda saña.

Y, desde luego, un ministro del Interior, poco importa la nacionalidad, pero hablando de que el fin no justifica los medios es de traca, algo chistosísimo. Te puede dar un jamacuco si insistes en la estampa.

De entrada, lo dicho por el ministro no me lo creo. Todos, como él dice, no son conscientes. En absoluto. Él y los suyos, no, desde luego que no y los que menos. Las cosas se ven de manera muy distinta dependiendo del lugar en donde te encuentres y cuánto ingresas al mes y por qué concepto. Si no ingresas lo suficiente para llevar una vida digna y autónoma, o no tienes perspectivas de trabajo, la cosa cambia, y de qué modo. Ya veremos entonces de qué medios y de qué fines y de qué elementales derechos hablamos. Si hasta el reaccionario obispo Munilla se ha rebelado contra este estado de cosas, del que estos días, entre Marte, los Juegos Olímpicos, los incendios forestales y las vacas de cada gache, andamos algo distraídos.

El ministro del Interior forma parte de un Gobierno cuyo presidente ofreció la felicidad de los españoles, la traía, como si fuera un marciano, un mago venido de otro planeta. Ahora, sentado en el trono, más que mágico resulta un dominguillo que va para un lado y para otro, según le empujen los banqueros y los políticos extranjeros. Una atracción casi a la puerta de un centro comercial en el que entran todos menos él. Un dominguillo que ha sido incapaz de crear puestos de trabajo, otros puestos quiero decir que no sean las canonjías a su peña servil, aunque estos, más que puestos de trabajo son chollos de relumbrón: tiene la Administración blindada de elementos de su casta, dispuestos a todo con tal de sostenerse en el puesto. Lo demás, el cuento de nunca acabar, y a diario: aparecen familias en extremos de pobreza patéticos, enfermos, sin casa, malviviendo de los 400 euros que llegan cuando llegan y tal vez vayan a dejar de llegar, sin posibilidad alguna de regresar al depauperado mundo laboral, de las que no hablan más que en general. Otros le pegan al negro que es un gusto y a carcajadas.

Las reacciones que ha provocado el asalto a los supermercados andaluces han sido previsibles. Al principio hubo comprensión solidaria "pues qué iban a hacer los pobres", pero luego, como si se hubiese lanzado una consigna, todos contra el alcalde de Marinaleda, vieja mosca cojonera, antes y ahora, leña al mono hasta que aprenda el catecismo: populista, demagogo... cuando ya poco más queda. Nadie está a favor del caos, todos con el orden. La boca de papel y tinta se les ha llenado hablando de la ley de la selva, como si la acción conjunta o separada de los bancos, las inmobiliarias, los brókeres, los especuladores, los altos funcionarios expertos en la trampa burocrática, los matones y la misma magistratura no lo fuera. El desorden, al callejero me refiero, contamina, es una amenaza, puede tocarnos la nómina y, además, no está bien visto, no es estético. Algunos incluso llegan a hablar de fractura social, como si esa no estuviera entre nosotros desde hace tiempo. Hay muchas formas de fractura y otras tantas de violencia, y el Estado y sus servidores ejercen esta última con total impunidad.

Así que todos contra Sánchez Gordillo, pero al bajonazo, al comentario insidioso, al desprestigio personal. "¿Quién es Sánchez Gordillo?", se preguntan los profesionales del amarillismo, sabiendo que solo hace falta la pregunta para que el indocumentado que lea ese titular se diga que si lo preguntan será por algo, por algo sospechoso se entiende.

Las cosas tienen que estar en su sitio, paciencia, conformismo, emprendimiento, sobre todo para nuestros hijos si hemos tenido la suerte o la astucia de montárnoslo con quienes gobiernan. Y que siga la bola. No se van a pedir responsabilidades políticas y mucho menos criminales por todos y cada uno de los casos en los que está implicado el Partido Popular, no ya de corrupción, sino de ingeniería financiera, una auténtica delincuencia organizada que a la fiscalía no parece conmover.

Un titular de prensa del otro día era muy claro a este respecto: Algunos directivos de entidades financieras que han sido nacionalizadas o que han recibido ayudas públicas no tendrán que reducir sus salarios para cumplir con los límites impuestos por el Gobierno. Eso se llama incentivar la economía, el famoso emprendimiento. De la misma manera que leer: Detienen una banda que robó un bar y una droguería en la capital navarra, me hizo pensar en que puedo estar seguro porque hay eficacia policial. La banda era peligrosa de veras, con muchos antecedentes, y de origen rumano, aunque dudo que fueran, ni de lejos, tan peligrosos como los primeros o como la jarca a la que pertenecen los primeros, la que nos está arruinando. Ya me gustaría a mí saber quiénes pegaron su guapo pelotazo el otro día con el movimiento sorpresa de acciones de Bankia, comprando y vendiendo a velocidad del rayo.

Sánchez Gordillo anuncia nuevas acciones de desobediencia pacífica. Enseguida veremos cuál es el aguante del Gobierno con esa desobediencia. Saben que sería un peligro si fuera generalizada, pero no lo va a ser, al menos de momento. Lástima. Tienen fuerza suficiente para apalear al más pintado.

Se incide en las formas: los carritos del supermercado, el llanto de la cajera atemorizada, la ocupación de una finca improductiva, radicalmente improductiva, pero se habla muy poco de las cuestiones de fondo, como son, no ya la precariedad que crece sin parar, sino el costo del rescate de entidades financieras que han contribuido al saqueo nacional y que va a pagar ese ciudadano a quien no le alcanza y cada día le alcanza menos y ve que su vida es cada día más cara y tiene menos contraprestaciones, algo sobre lo que el Gobierno no dice ni mu, salvo que es doloroso. Son cínicos y les sobra mala intención para perpetuarse en sus puestos.