Ayer, 1 de septiembre, no empezó el cole, lo hizo el IVA... o un capítulo más de este cuento de nunca acabar que nos tiene como protagonistas forzosos en un papel monótono de asfixiados, a quienes no se les da un respiro.
En realidad no sabemos lo que empezó ayer, pero algo lo hizo, a algo amenazante me refiero, algo que con seguridad nos perjudica ya, ahora mismo, sin que tengamos a cambio otro beneficio ni otra compensación que una vida cara. No lo sospechamos, tenemos la certeza de que es así. Hemos tenido ocasiones de sobra para comprobar que esta delirante situación tiene una rutina y una lógica nunca mejor calificada de aplastante, porque tiene la misma inercia de la bola de nieve echada a rodar cuesta abajo de manera imparable: engorda y aplasta lo que encuentra en el camino. Nosotros, extraña mezcla de obstáculos y de paganos de la farra. Imparable la bola entre otras cosas porque nuestros gobernantes no saben cómo pararla, si es que está en sus manos, que no sabemos, porque cuando dicen que se ha detenido, es que va a velocidad de vértigo.
A estas alturas tenemos la certeza de que la crisis de la banca y del juego feroz de los inversionistas que han retirado de los bancos miles de millones de euros, la vamos a pagar en la bombilla, los fuegos, los hielos, la cesta de la compra y el lapicero, por poner unos ejemplos a voleo, pero de asuntos menudos y cotidianos que son los que importan. La riqueza de unos cuantos, más que de unos pocos, sobre nuestros bolsillos, a costa de nuestro desasosiego, de nuestra necesidad, de nuestros empleos, ingresos, viviendas, es una evidencia hiriente. Se llevan mucho a costa de muy poco, que ellos, los que están por encima de estas borrascas, juzgan suficiente. Hay que conformarse, te dice el que practica la delincuencia organizada de traje y corbata, y que se lleva más de 5.000 euros al mes y que se sabe blindado e inmune, no impune, inmune. Y encima pretenden convencernos de que somos tan responsables de lo sucedido como lo son los especuladores, los banqueros, los grandes inversionistas, los políticos que se han dedicado a mangarla y a despilfarrar fondos públicos con la inestimable ayuda de una burocracia servil al poder de ocasión, los mismos gobernantes de ahora en sus negocios privados, opacos. Angelical tropa.
Porque esta situación no tiene responsables, solo víctimas, incluidos los que ganando al mes más de 5.000 euros se sienten ahogados, como decía el otro día el diputado del PP gallego con una desvergüenza de caricatura. Por fortuna, como a otros, el paso de los días, que transforma los empujones en agua pasada, ha acudido en su ayuda, y su bellaquería ha pasado al olvido.
Además, no creo que el jebo mintiera. Entre la vida que puede pagarse alguien que anda por los alrededores del salario mínimo (arriba o abajo) o en el paro, y la que puede pegarse alguien que además de embolsarse 5.000 euros mensuales, tiene bicocas, canonjías, dietas, gratistotales que le hacen la vida más fácil, hay una diferencia tan abismal que, en efecto, llega un momento en que no te alcanza para el tren de vida en el que te has subido.
Y eso sí, nadie ha hecho ni dicho nada. La responsabilidad política y en muchos casos criminal se diluye, como sucede con el caso Gürtel que está cada día más desvanecido y más alejado de los tribunales, de los medios de comunicación, del punto de mira político y hasta de la geografía; por ejemplo, de la Comunidad de Madrid, donde tenía uno de sus chancros, bajo el asiento de Esperanza Aguirre y de su camada. ¿Quién se acuerda? No preguntes porque no te contesta ni el eco.
Los pozos negros invitan al viaje, pero si sales de uno, caes en otro, y aunque ese mundo sea de papel o de los entresijos de la red, no te escapas. A tus zaborras le suceden las zaborras ajenas. Lees, lees, no das crédito, dices, pero claro que das, lo otro es lo que se dice, y te indignas y sientes una oscura amenaza que pende sobre ti, esté lejos o cerca la canallada. Lees que la administración norteamericana dice que solo impondrá sanciones administrativas a los soldados que, entre carcajadas, mearon sobre los cadáveres de unos afganos abatidos, porque en aquel país, el abuso constante, el desprecio del ocupante al ocupado es la ley. Y si lo cuentas como lo has leído, suena a exageración y a asunto inevitable, e invita a encogerse de hombros, como con los niños palestinos abusados por jóvenes soldados israelíes, hechos denunciados por los propios soldados. Pero esa y no otra es la american way of life, y tiene tendencia a imponerse por imitación, por contagio o por colonización cultural, económico y mediática, por no hablar de la económica, por contagio. Así su negativa a investigar y castigar a los autores de los crímenes cometidos en sus centros de detención, donde la tortura es una técnica sofisticada que queda impune e incorporada a algo habitual, normal, y hasta legal, dentro del marco arbitrario de lo preventivo.
El mundo en que vivimos es un lugar inestable y peligroso, dicen los poetas. Todo lo que se diga es poco. Lo que hoy se festeja de manera suicida, mañana es motivo de condena, como ha sucedido con las muy aplaudidas revoluciones del mundo árabe que están dando en algo peor que más de lo mismo. Un mundo lleno de dolor y de motivos de indignación que resulta insoportable. Indignado, pero en casa, amorrado a una revuelta permanente de papel y de palabras perdidas, entre conjurados. Rebelión, hermosa palabra.
El dolor del mundo a vuela pluma: ejecución de deficiente mental en Pakistán por cuenta de alguna retorcida práctica religiosa en un lado y la perversión absoluta de lo sucedido en Sudáfrica, donde una actuación policial, criminal y abusiva, no solo no ha conducido a actuaciones judiciales, sino que han atribuido la autoría de los asesinatos a los manifestantes apaleados y detenidos, según una ley de tiempos del apartheid. Sorpresa, sorpresa, Sudáfrica, con Mandela o sin él, ha demostrado que es ya, como los grandes, un país autoritario y policial, cuando esto último es un pilar mucho más fuerte que la ley; en Sudáfrica y aquí, y el que no le vea es porque no ha tenido ocasión de experimentarlo, porque de verlo, eso, a diario... Hace falta ser un coloso.