lo diga o lo deje de decir el fiscal del Tribunal Supremo que se ocupa del caso de la Barcina, en la devolución de dietas (¿todas?) indebidas cobradas por ella en la Can no hay buena fe alguna, sino una tosca triquiñuela de picapleitos. En la devolución de las dietas no hay más que mala fe procesal, una actuación ad cautelam para el caso en que fuese necesario esgrimir la atenuante de reparación del daño causado. Buena fe no, mala, pésima fe.
El fiscal omite de manera trapacera, porque le conviene, que ese gesto de mala comedia procesal no hubiese tenido lugar de no haberse, no ya denunciado el hecho abusivo, sino emprendido una activa campaña en pos de una investigación en profundidad de lo sucedido con las dietas, los consejos y las trampas de la Can. De no haber actuado Kontuz, la ciudadanía seguiría en la inopia.
El fiscal, con su más que previsible alarde de esgrima jurídica y procesal, falta al respeto a la ciudadanía ya muy cansada de las reiteradas pruebas públicas de la fe de la Barcina. La Barcina cobró de manera desconsiderada e indecorosa, una y otra vez, por ser vos quien sois y por no hacer nada. Eso no tiene vuelta atrás. Si eso es buena fe, venga Dios y lo vea. Si eso no es delito, ni siquiera un acto socialmente reprobable, todo nos está permitido, digo bien, todo... mientras no nos cojan, claro... como ella, exactamente igual que ella. Cuestión de fe, señor fiscal, cuestión de fe.
Por otra parte, el informe del fiscal del TS sirve para probar una vez más que, de manera tradicional, esa institución no actúa en representación de los intereses de la ciudadanía ni en su nombre, ni siquiera del Estado (la república en otros países), sino en el de la clase dirigente y del gobierno de turno, en este caso de la casta de los corruptos peperos y asimilados. Para ellos todo vale. Y la Barcina pertenece a una casta política asimilada en todo al PP: en ideología y en modos y maneras, y objetivos: forrarse con la cosa pública. En su petición de que el infame Rajoy actúe con transparencia no veo buena fe, sino mayúscula desfachatez, por sí misma y por el objeto de la petición.
Lo acaban de corear en las calles de Madrid: Este no es un gobierno, es una mafia. Una mafia institucionalizada, amparada por leyes retorcidas y protegida por una violencia policial inaudita y por una fiscalía como la que intenta absolver a priori a la Barcina, es decir, no ya absolverla, sino impedir que se la investigue. Conviene no olvidar que este es un proceso puramente político que perjudica a la casta que gobierna en Navarra con el permiso de la de Madrid.
Como es un proceso político, y de gran calado, el que mantiene en prisión al Bárcenas y contra las cuerdas al mismo Rajoy. Solo que esas cuerdas flojas y arropadoras son las de la mayoría absoluta en una democracia deteriorada y dañada tal vez de manera irremediable. Que los delitos no se investiguen sin dilación y de manera contundente y eficaz porque una mayoría parlamentaria lo impide en la práctica con su peso burlescamente democrático habla por sí solo.
Hace meses que en esta página quedó dicho que el Estado estaba sometido a los caprichos y negocios de un maleante, como el Bárcenas. No es suficiente denunciarlo, porque además cae en saco roto. Ahora, ante el asombro de la opinión pública internacional, el presidente del Gobierno se ampara en su mayoría parlamentaria, a la que llama misión del pueblo español, para no dimitir y no responder de verdad ante nadie de los abusos perpetrados a la sombra de las siglas de su partido por él mismo y por sus compinches. No reconoce nada, no investiga, no deja investigar, para ellos todo es humo porque les aplauden... democracia, bonita.
¿Representa Rajoy a los millones de parados, a los desahuciados, a los pobres de solemnidad? Me gustaría poder responder a esta pregunta retórica diciendo que no. Eso es en teoría, en la práctica lo ignoro. Y lo ignoro porque no consigo explicarme cómo con esos millones de perjudicados, de dañados, de ofendidos a diario, no es posible tumbar al Gobierno y convocar nuevas elecciones, y ni siquiera tomar de hecho las calles de manera por completo contundente. Algo pasa. Algo nos pasa. No solo es cuestión de que el manejo de la violencia policial está en manos de Rajoy y los suyos y de que pueden someternos a palos y a multazos. Tiene que haber algo más. ¿Hay verdadera voluntad mayoritaria de cambio, o por el contrario impera el deseo de regresar a los buenos tiempos? ¿Tenemos miedo a perder lo poco o mucho que tengamos, que nos quede, que podamos conseguir, aunque nada sea? No lo sé. Es necesaria una voluntad de cambio radical, extraparlamentaria, sí, pero también de la izquierda parlamentaria, la que no puede aspirar a perpetuarse y solo a eso.
El Bárcenas con sus papeles, sus carpetillas de colores y su pendrive tiene secuestrado al Gobierno de Rajoy, lo niegue este o lo deje de negar, y el Gobierno, con su mayoría parlamentaria, nos tiene inmovilizados a quienes no sostenemos esta, convertidos en meros espectadores, condenados a que las mociones de censura den en nada, a los gritos y a las palabras de testimonio. Estamos poco menos que a su completa merced, mientras ellos usan la magistratura y su capacidad legislativa para blindarse dando a todas sus actuaciones una apariencia de completa legalidad... el temible imperio de la ley que encubre el poder, hacer lo que les da la gana, el autoritarismo y la arbitrariedad. No responden de verdad ante nadie, ni ante la opinión pública ni ante los tribunales. ¿Ante Dios y ante la Historia también estos? Pues va a resultar que a eso, a esa desfachatez de estadistas fules, le llaman gobernar y tener una misión, hay que joderse, misión... que es algo que suena a Crvzada, a deriva visionaria, a burla de predicador que engatusa con galimatías a un público de boquiabiertos, de burlados, de empobrecidos, de desarmados, de encolerizados, quiero creer que no tan en balde como parece, cuestión de fe también esta.