Si no lloviera sobre mojado, el decir que el hallazgo de una arandela metálica en un menú hospitalario es un "fallo de comunicación" no pasaría de ser una majeza propia de un bellaco. Pero el caso es que por lo que se refiere a los menús que se sirven a diario en el Hospital de Navarra, hace meses que diluvia, que cae pedrisco y los platos son motivo de noticias bomba y de chacotas mediáticas. En concreto, desde que se hizo cargo de los servicios la empresa Mediterránea de Catering que ya debería haber sido objeto de una investigación algo más que administrativa. La realidad es tozuda y mientras la respuesta del gobierno de la Barcina ha sido la minimizar los hechos, no darse por enterado, restar importancia a lo que la tiene, hechos del estilo de la aparición de la tuerca se han sucedido e impactado en una opinión pública no cómplice con las bellaquerías gubernamentales.
La realidad es que una empresa de mala práctica, que tiene entre sus manos responsabilidades relacionados directamente con la sanidad pública, se ve de continuo bajo sospecha, está amparada por la casta política a la que pertenecen la pícara Barcina y la pánfila Vera, a quienes hay que señalar como responsables del desmantelamiento del servicio de cocinas del Hospital de Navarra con el fin de entregárselo a una empresa de su confianza (confianza esta que no será objeto de investigación porque esta tropa goza de cobertura y protección togada); empresa sobre la que llueven las denuncias poco menos que en balde porque no hay chapuza amplia y eficazmente documentada que no haya sido cubierta de manera cuasi delictiva por el gobierno de Navarra: en el Reyno Gourmet manda huevos qué sandez, las comidas que se sirven a los pacientes del hospital son basura, indignas, por mucho que la consejera, con sus dotes de gastrósofa y de manera repulsiva, proclame lo contrario. En los locales elegantes que ella frecuenta con su tropa no sirven esas marranadas. Se lo han dicho por activa y por pasiva: cómaselo usted... si se atreve. Y esto es tan del dominio público que ya no hay necesidad de más pruebas abrumadoras: hay testimonios por docenas, si no por centenares, denuncias formales y fotografías sangrantes de la bazofia servida en el hospital amparada por la Vera con una desvergüenza que induce a pensar en que esta mujer padece alguna patológica psicológica próxima a la asociabilidad. Patología hecha cualidad porque sin ella es difícil llegar hoy a localidades de gobierno en el negocio de la cosa pública. No tienen el menor ánimo de servicio público y lo demuestran a diario, digan los jueces lo que digan. En gente como ella y su clase tiene la ciudadanía a sus principales enemigos.
Hasta ahora, la culpa o mejor, la responsabilidad del mal servicio siempre es de otro o de nadie, de las manos negras ya habituales o de los trabajadores a los que se acusa con desfachatez barcinesca de boicotear los servicios, algo que debería haber tenido ya una contundente repuesta sindical.
Hasta ahora las denuncias reiteradas se han ido resolviendo en la filfa de las "investigaciones" y de las "comisiones de seguimiento". Nada. Hasta ahora solo que da claro una cosa: el gobierno de la Barcina encubre y avala el mal servicio hospitalario y, por supuesto, la mala práctica empresarial, porque esta forma parte de su ideología: dar lo menos posible a cambio de los máximos beneficios en le negocio de lo público hecho privado. Su objetivo es convertir la sanidad pública en un negocio privado, en un negocio a secas, de modo que el que quiera buen servicio sanitario -y el trato hospitalario forma parte fundamental de este-, que se lo pague; el que quiera una buena salud, que se la pague, como si el ciudadano no pagara los servicios que necesita y estos se le dieran sin contraprestación alguna. Al final es el ciudadano el culpable de la mala gestión gubernamental, por pretencioso, por estar ahí. Nos quieren no ya mudos, fakires de exhibición, tragasables o tragatuercas, sino muertos y a ser posible en otra parte, para no añadir trabajo a Beritxitos.
El fallo de comunicación o de transmisión (por eso se pierden tuercas y arandelas... y cigüeñales cualquier día) entre la tropa dominante, la de la pícara Barcina, es permanente, es un estilo, una forma de hacer las cosas, de no responder jamás de sus actuaciones dolosas, irresponsables. No tienen otra comunicación fluida que la que se da entre secuaces, en organizaciones mafiosas de cerrada jerarquía. Ahí, sí, ahí, en el mundo de las dietas, los sobresueldos, los sobres, las dobles contabilidades, las dobles y triples vidas, los donde dije digo, porque todo da igual, ahí la comunicación es del todo fluida, no hay error posible. Y el que está abajo, aplaude, con la confiada aspiración de que algún día le tocará a él hablar de fallos de comunicación y mientras tanto forma parte del engranaje de la transmisión de oro que solo tiene fallos para los que no participan de ella. Los que estamos fuera ni nos enteramos ni sabemos de qué va la cosa, nada. No estamos para enterarnos, estamos, como mucho, para pagar la farra en silencio, para tragar ruedas de molino, tuercas, arandelas... lo que nos echen y saltar a por ellas como animales amaestrados. Eso es lo malo, amaestrados.
Fallos de transmisión, fallos de comunicación... tanto da. Los hay a diario por docenas, entre el gobierno de Rajoy y la ciudadanía que no traga con su sistema de gobernar desde la ocultación; entre el púlpito de la pícara Barcina y la parte de la ciudadanía que no traga con su comunicación torcida ni con esta perversión continua del lenguaje destinada a difuminar los hechos, a desvalorizarlos, a ocultarlos... No hay que hablar de fallos de comunicación, sino de nula transparencia gubernamental, de eludir responsabilidades políticas, de respeto a una ciudadanía que no se merece esta burla continua y que ahora mismo se encuentra no de vacaciones veraniegas, sino exhausta.