Eso es lo que ha dicho la Barcina: "Mañana mismo" hay que cambiar la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución, la que permite una hipotética unión de Navarra a la Comunidad Autónoma Vasca, porque, en su opinión, "nos quieren separar de España", que es con todo mucho separar y mucho desear y más poner en práctica. El quiénes resulta, como de costumbre, nebuloso. Yo no me había enterado, y conmigo la inmensa mayoría de los ciudadanos de la Comunidad Foral y de fuera de ella, de que me querían separar de España. ¡Atiza! Será que en ese secreto solo están los de su banda... ah, sí, y la gallina de Garínoain que ha salido a escena diciendo que no quiere ser española, o algo así, no sé bien, pero en plan borroka y violento, la gallina, pobretica la gallina con su lucha violenta. No sabe en qué mundo ha caído.
Tan rotunda afirmación debe ser, sin duda, el resultado de las investigaciones que, utilizando las fuerzas de seguridad que están a su exclusivo servicio, están llevando a cabo sobre la ideología de la ciudadanía para elaborar listas negras con el fin de tomar represalias sobre aquellos que en ellas figuren: dibujar un mapa de excluibles, ciudadanos enemigos y de segunda a los que hay que controlar. Hasta ahora, me encontraba entre los que están mucho más interesados en echarla a ella de una vez del Gobierno y que se vaya a dietear a otra parte, que es lo suyo. Momios no van a faltarle, como no les faltan de manera poco decorosa a todos los que han pasado por la dirección y consejo de administración de esta conservera que es la política navarra en sus manos. Para ellos los pufos del circuito de Los Arcos tienen la misma entidad que el desempleo brutal o los índices alarmantes de pobreza.
Y es que como no hay asuntos más urgentes de los que tratar y ocuparse con eficacia política, la Barcina abre el armario de los muertos y saca a pasear la sagrada unidad de España en busca de clientela para unas elecciones que teme perdidas. Ahora sabe que si no echa bencina a la hoguera de la sagrada unidad española y de la insaciable felonía vasca, puede verse fuera del Gobierno de Navarra, por fin en manos de una mayoría progresista. Me temo que a la Barcina la unidad de España (sagrada) y la Disposición Transitoria Cuarta de una Constitución cuya modificación solo piden cuando les conviene, le importan un carajo. Lo que de verdad le interesa es su sillón, la permanencia en el poder, de ella y de su casta y clase.
Mañana mismo cambiaríamos otros la Constitución para conseguir un modelo diferente de Estado y de régimen político, sin Borbones para empezar, y sin parásitos, ya puestos a modificar y a cambiar, que es de lo que se trata, de cambiar: un cambio social y político que responda a la necesidades actuales de la ciudadanía.
Es posible que la Barcina haya hablado a tontas y a locas porque últimamente desbarra que es un gusto y no deja de sorprender al público de este circo siniestro con donosuras y desplantes, como si hablara desde otro planeta. Se la ve aislada, desnortada, enrocada en boberías; pero lo cierto es que en sus divagaciones erráticas acusa de desorientación a otro excompañero de farra, a Jiménez, que al menos en apariencia hace grotescos esfuerzos por alejarse de quien se encuentra perdida. Recuerdan el comportamiento de las personas en riesgo de ahogarse en el mar: una quiere agarrarle al otro por el cuello, y el otro no se deja porque teme que le van a ahogar. Resulta patético que su discurso político se reduzca a esas acusaciones de bulto, clientelistas y alejadas de la realidad vivida por la mayoría.
Esta semana se celebraba en Madrid el juicio por los tartazos que recibió la Barcina hace un tiempo en Toulouse por cuenta de la oposición social al TAV. Por eso hechos, el fiscal, siguiendo seguramente estrictas directrices políticas, pidió abusivas penas de cárcel para los acusados, un auténtico escarmiento, una acción de venganza ejemplarizante por parte del poder... En Francia, donde sucedió el incidente, los tartazos no pasan de ser una falta. Pues bien, es en ese contexto enrarecido en el que la Barcina se ha mostrado perpleja y ha reclamado un castigo vengativo (que ella confunde con justicia) para su ego herido.
¿Perplejidad? Mire, señora, perplejidad es lo que sentimos los demás ante la petición de penas del fiscal. y sobre todo ante la manera en que la magistratura ha impedido que se investigue hasta el final el asunto de las dietas (sus dietas) de la Caja de Ahorros de Navarra con todas sus implicaciones. Eso sí que nos tiene perplejos, algo más, bastante más que perplejos. Y para agredidos, todos los ciudadanos que no tienen empleo, porque lo han perdido y es difícil que lo recuperen, los que se han quedado sin vivienda, los que pagan unas deudas que han contraído otros, los que han sido apaleados y abusados, multados, los que ven comprometido su acceso a una sanidad y educación de calidad... agredidos.
Es más que posible que la Barcina acabe desapareciendo de la escena pública y pase a ser un personaje secundario del guiñol. La rueda de la fortuna es implacable. Lo que no va a desaparecer, al menos por ahora, es una manera de hacer política, una voluntad de gobernar desde el principio no de la igualdad, sino del sometimiento, en beneficio de una casta y una clase social que vive en la ventaja y el enriquecimiento incesante. Algo que no es exclusivo de Navarra, sino una mentalidad ampliamente extendida y hoy abanderada por el Partido Popular.
La Barcina no es, como dijo días pasados la Aguirre (otra), la presidenta de todos los navarros. No, mentira. Y tanto una como otra lo saben. Esa es una forma insultante de ignorar la realidad de esta tierra. Como mucho la Barcina es la presidenta actual del Gobierno de Navarra, no la de los navarros, muchos, que veríamos con gusto su desaparición de la escena política y, en general, de cualquier escena pública, ni tampoco la de quienes están por un cambio social y político progresista. No, esos, de entrada, están fichados.