al alcalde de Valladolid, León de la Riva, le ponen los morritos de las ministras, y eso que están muy preparadas, pero dice que tiene miedo a montarse en un ascensor con una mujer porque puede arrancarse la falda y el sujetador, y acusarle de abusos o de algo. Imagen grotesca. Dudo que Torrente, el inspector Torrente y su tropa de desgalichados se atrevieran con algo así, aunque ese terreno pise De la Riva. «Humor particular sin ninguna malicia», le arriman desde las filas peperas. Repulsivo.
Si muestras tu asombro o tu asco, o señalas lo grotescas que resultan sus palabras, se ve obligado a aclarar que se malinterpretan estas. Lo curioso es que De la Riva es un habitual de las majaderías machistas que a estas alturas solo pueden expresar desprecio, prepotencia sexista, por muy rancias o anacrónicas que resulten.También era una cuestión de humor particular y sin malicia la afirmación de otra senadora del PP sosteniendo que la deuda que pagan los más débiles, no ellos, la ha provocado Zapatero con sus ayudas a gays y lesbianas.
Es demasiado fácil burlarse del alcalde de Valladolid y señalar su poca dignidad para ocupar el puesto que ocupa, por mucho que esté votado por quienes como él piensan, que ese puede ser el mayor problema.
Es demasiado fácil ofender y pedir disculpas mendaces y pasar a otra cosa. En este país las disculpas son una añagaza política, algo en lo que nadie cree, ni quien las expresa porque está en el reparto ni quien hipotéticamente las recibe. Convención pura, mala comedia. Es más serio el déficit educacional y ético que sus palabras revelan, y preocupante lo extendido que puede estar y obliga a reflexionar acerca de cuál es la verdadera forma de pensar y de sentir de una ciudadanía, al margen de su nivel de instrucción. De esa podre sexista vienen la recomendación del silbato, cerrar las cortinas y no hacer auto stop, que es tanto como reconocer un imaginario nacional de mirones, sátiros y violadores en potencia. Hay una evidente deficiencia educacional de fondo, que no creo sea preocupación del gobierno atender porque dudo mucho que su principio político de paz social, el de «más policía», tenga eficacia alguna sobre un problema serio: hay violaciones y hay violencia de sexo.
- ?¿A qué piso va?
?- Abajo a la izquierda... por decir algo.
A mí con quien me da miedo montarme en un ascensor es con alguien del PP porque han dado muestras más que sobradas de comportamiento asocial y de tener un alarmante sentido de lo público como negocio privado. Puedo tener miedo a que me roben la cartera, por ejemplo, porque sí, por ganar algo o por no perder mano. Y no voy a disculparme. No soy alcalde. Los padezco que no es lo mismo.
Además, ¿cómo te vas a montar en un ascensor con alguien que es tu enemigo y que va acompañado de matones que pueden hacerte daño impunemente? Ni siquiera en sentido figurado. Ni en el mismo barco ni en el mismo ascensor en el que ellos suben y los demás bajan o no montan porque no les dejan. Y por lo que se refiere al barco, no, no vamos en el mismo barco, aunque lo aprese. No tiene la misma calidad de pasajero quien se ve obligado a pagar el prorrateo de millones de deuda, que quien se ha beneficiado y enriquecido con esta.
El pucherazo electoral que va a perpetrar el Partido Popular, con el fin, entre otros abusos, de perpetuar en sus cargos a personajes como De la Riva, es una amenaza seria a la ya muy dañada democracia española. No hace falta ser politólogo para advertir del peligro de alcaldadas y de actuaciones en contra de acuerdos mayoritarios, como ha venido sucediendo en alcaldías donde gobiernan el PP o sus lacayos de provincias.
Parece que ese pucherazo electoral obliga a algo que no les preocupa siempre y cuando sea exclusivamente beneficioso para ellos: reformar la constitución. La inamovible, la intocable, la sagrada constitución española solo se reforma cuando el partido en el gobierno lo necesita para cometer alguno de sus abusos dañinos para la ciudadanía. Se trata de amordazar a la oposición, a la que ya se está dejando sin voz en la calle, de perpetuarse en el poder y de gobernar, cueste lo que cueste, a base de decretos y a palos.