Abu Ali al Hasan ibn al Hasan ibn al Hayzam, nacido en Basora, publicó hace ahora mil años su libro de óptica, uno de los primeros textos científicos que intentaba explicar la naturaleza sin acudir a visiones místicas. Para Halazén, o Halacén, como conocemos (poco) a este musulmán, los rayos de luz se reflejaban en la cámara oscura que es nuestro ojo permitiéndonos ver. Novecientos años después un judío alemán, Albert Einstein, presentaba al mundo la Teoría General de la Relatividad, uno de los mayores logros de la ciencia (aún hoy desconocida por gran parte de los habitantes del mundo), donde la luz también es fundamental para entender el espacio y el tiempo. Por aquello de poner aniversarios, deberíamos incluir a James Clerk Maxwell, escocés, que hace 150 años publicó su teoría dinámica del campo electromagnético, identificando a la luz como las oscilaciones de esos campos (que algunos, en pleno ataque irracional, pretender convertir en demoniacas). Alhacén, Maxwell y Einstein celebraron en su vida la ciencia de la luz.

En este mundo en el que las sombras de la sinrazón y el fundamentalismo casi ganan en su intento de oscurecernos y mantenernos en la ignorancia y el miedo, conviene, como decía Carl Sagan, avivar esa llama que brilla en la oscuridad, la ciencia, la luz de la Ilustración (un término que en otros idiomas establece más claramente su papel de época portadora de luz frente al oscurantismo: Aufklärung, Illuminismo, Lumières, Enlightenment...) Por eso me parece estupendo que 2015 sea el Año Internacional de la Luz. Como conmemoración de esos científicos y del progreso que han traído a la humanidad, porque la luz, que recibimos en nuestros ojos, esas ondas electromagnéticas que viajan por el espacio curvado por la materia, es también la esperanza de futuro.