Las palabras de ayer de Barcina, en las que dice que el resultado electoral puede retrotraernos a la Alemania previa a Hitler y también a que “Navarra desaparezca como institución”, no tendrían valor si no sirviesen para demostrar el talante constructivo no ya solo de ella como aún presidenta sino de los votantes más cerriles de UPN, que los hay, como en todas partes. Este es precisamente uno de los motivos que muchos considerábamos básico para sin lanzar cohetes por un cambio de gobierno sí esperarlo y en el fondo desearlo, como prueba de fuego de que si tras 30 años no gobiernan ni UPN ni PSN esto no va a convertirse en el puto Apocalipsis Now. Al fin y al cabo, buena parte de la fuerza de UPN durante 25 años ha sido la de azuzar el miedo, algo a lo que desgraciadamente ayudaron con su dictadura del terror los alegres gudaris. Pues bien: muchos navarros tenemos verdaderas ganas de saber -y en la práctica, que es como se saben las cosas- si estos avisos del apocalipsis son ciertos o no, confiando en que no son ciertos, al contrario que ellos, que están deseando que sean ciertos para así poder volver a instalarse en la red tejida durante otros 30 o 40 años. Si buena parte de tu poder estriba en avisar a los demás de que si abres esa puerta te succionara aunque no tengas ni idea de si va a ser así es lógico que te joda que de repente la puerta se vaya a abrir, porque lo mismo no te succiona y tu papel de guía moral en ese aspecto queda seriamente dañado. Ese es el reto de miles y miles de navarros, hayan votado a quien hayan votado, el de saber si somos capaces de convivir mejor que hasta ahora. No es el reto de Barcina y algunos otros, para los que esta tierra es simplemente un experimento sociológico personal, un campo en el que se han desarrollado sus ambiciones políticas, económicas o intelectuales, una jodida probeta de laboratorio.