He salido de casa y me he encontrado de frente con Ana Beltrán, la que ha sido cabeza de lista del PP al Parlamento. Ahí sigue toda digna, seria y muy puesta ella, colgada en la marquesina de la villavesa. La misma Ana Beltrán que el otro día, mezclando el tocino con la velocidad y con muy mala intención, decía en un comunicado que “la victoria del sindicato radical abertzale LAB en la Administración confirma que es un error que el euskera puntúe como mérito en las pruebas de acceso”.
Unos metros más allá en otra parada se me han aparecido los “navarrísimos” de Esparza en una enorme foto, todavía sonrientes. Ahora ya no se ríen. Debe de ser “navarrísimo” quedarse fuera del Gobierno después de diecinueve años y no poder digerirlo ni con bicarbonato.
Y un poco más adelante he visto a toda la tropa de Bildu con Asiron y Araiz a la cabeza -los dos al mismo tamaño (milagros del Photoshop)- avanzando hasta las máximas instituciones y más allá.
Por donde quiera que vayas todavía te asaltan las fotos de políticos maquillados, mostrando la mejor de sus sonrisas. Han pasado diez días desde las elecciones y parece que ha sido un siglo. El cambio ya está aquí, pero todo el mundo sigue a la expectativa, conteniendo casi la respiración. Unos esperando a que todos esos besos y abrazos de los representantes de las fuerzas del cambio se conviertan en firmas y acuerdos y otros intentando sembrar cizaña para ver si revienta el cuatripartito antes de ponerlo en marcha.
Tic-tac, tic-tac. Pasan los días y toca esperar, de acuerdo, pero por favor que quiten ya los carteles de las calles, que el bacalao ya está repartido.